ALFREDO GÓMEZ CERDÁ
“Barro de Medellín”
Editorial Edelvives. Zaragoza, 2008
146 páginas
Camilo y Andrés son dos amigos que viven en Santo Domingo Savio, un barrio de Medellín donde sus habitantes se han ido construyendo, entre las empinadas calles sin asfaltar, sus humildes casas con materiales de desecho. Cuando llueve, el agua arrastra el barro que recubre los ladrillos de la casa de Camilo, y entonces el chico debe volver a forrarla para que no se vea el sospechoso parecido de esos ladrillos con los de la biblioteca que se acaba de inaugurar cerca del barrio. Su padre, mientras se pasa todo el día tumbado en casa, bebiendo aguardiente y maltratando a su madre, le obliga a hacer ese trabajo. Ese comportamiento de su padre es lo que menos soporta Camilo, pero, a pesar de esas penurias, piensa que es una suerte vivir en lo más alto del barrio, desde donde se divisa toda la ciudad y las montañas. En especial, Camilo y Andrés sienten admiración por el teleférico que asienta sus pilares en el barrio y por el gran edificio de la biblioteca, al que un día deciden entrar por curiosidad y donde siguen acudiendo atraídos por la extraña sensación de comenzar una desconocida aventura.
Los protagonistas pasan el tiempo vagabundeando por las destartaladas calles de su barrio, única escuela que conocen y en la que cada día tienen que ir aprendiendo a trampear para resolver el problema de la supervivencia, pero que sobre todo les va enseñando la importancia que tiene la amistad para entender el complejo mundo que les ha tocado vivir. Así, a través de una lealtad que está por encima de ciertas diferencias esenciales (Camilo quiere ser ladrón y Andrés se esfuerza en vano por que desista de ese empeño), los dos amigos descubren que hay otro mundo encerrado entre las enormes paredes de la biblioteca. Un mundo encerrado, que es precisamente un mundo abierto a otras realidades en cada libro que se les ofrece como un misterio.
Es una novela destinada a chavales a partir de diez años, que en su lectura se van a adentrar en la vida de unos personajes que seguramente están muy lejos de sus propias experiencias vitales, pero que podrán disfrutar de igual manera, porque al final trata sobre lo que precisamente supone el acto mismo de leer: la posibilidad de ampliar tu propio mundo real a través de otra realidad imaginada en el maravilloso, infinito espacio de la ficción.
Añadido al Premio Ala Delta de Literatura Infantil, por este libro a Alfredo Gómez Cerdá el Ministerio de Cultura le concedió en 2009 el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil, un galardón que también se puede entender como un justo reconocimiento a su dilatada y rica carrera como escritor.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 4 de septiembre de 2010)
No hay comentarios:
Publicar un comentario