La prima Vera
Marcelo Matas de Álvaro
Cada
21 de marzo, puntual como un dolor de muelas, mi tío Juan me hacía la misma
broma. Me decía, con ese aire de superioridad que suele poner la gente que ya
sabe de antemano su victoria, Sabes, hoy he visto a la prima. A lo que yo preguntaba
con la inocencia que entonces tenía grabada en la frente, ¿Qué prima? Pues, la
prima, respondía él ufano. ¿Qué prima?, repetía yo sin caer en la cuenta de la
fecha que era ni en la burla con que todos los años me importunaba mi tío Juan.
La prima Vera, ¿entiendes?, la prima Vera, se reía él mientras me propinaba un simpático,
hiriente pellizco en la mejilla.
Mi
tío Juan era el hermano menor de mi madre y yo, a mis cuatro o cinco abriles, era
el muñeco con el que él se entretenía en sus últimos años de adolescencia. Cuando
venía a casa, sobre todo si acudía él solo y no acompañado de mis abuelos,
siempre se las apañaba para jugar conmigo a solas a mi habitación. Mi madre le
agradecía que me entretuviera aquellas tardes en las que ella aún debía
continuar con las tareas de la casa y mi padre todavía no había vuelto de
trabajar. Tenía tan buena mano con los niños, decían, y le gustaba tanto estar
conmigo, que mis padres estaban encantados cuando se ofrecía para quedarse a
dormir en mi habitación los sábados en los que ellos salían al cine o al
baile.
Hace
unos años mi tío Juan se casó y tuvo una hija. He descubierto que yo también
tengo buena mano con los niños, o mejor dicho, con las niñas. Ahora, ya al
final de mi adolescencia, estoy esperando que mis tíos se vayan un sábado al
cine o al baile para quedarme a solas con mi prima Vera.
(Publicado en el volumen conjunto Primavera Eterna. Editorial Setentayocho. Oviedo, 2020)
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