Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 5 de enero de 2019

Historia del sudor



TOMOKO
Alfredo Hernández García
Luna de Abajo. Oviedo, 2018


                Después de la trilogía El relato total –compuesta por las novelas El fósil vivo, la venganza del objeto y Residencia de quemados-, en la que Alfredo Hernández García (Valencia, 1959), sirviéndose de las caprichosas piruetas que permite el lenguaje, de una osada complejidad formal y de la ironía como manera de comprender el mundo, proponía, entre otras críticas y denuncias, un radical cuestionamiento de una literatura acomodada, presenta ahora una suerte de “novela circular”.
Esa es la intención de Charles Sánchezlan, autor de Sudor oriental, la novela que se va insertando en estas páginas a medida que la va leyendo un periodista que pretende hacer la biografía del escritor. Esta novela, dividida en “Escenas”, cuenta, desde la libertina mirada de Tomoko, la “historia del sudor” en la que se moverá Silvestre, atractivo muchacho español que viaja a Japón para adentrarse en el misterioso, solemne y sufrido mundo del judo. Tomoko es una joven japonesa que, en su tarea de servir de intérprete al “Hispano”, se ve arrastrada por un íntimo apasionamiento que choca con las comedidas costumbres de su país. Precisamente en el texto se sucede un juego de dualidades –“una cosa se ve desde todo lo contrario”- en el que tratan de aunarse la contención casi mística de Japón con los desmedidos aspavientos de occidente; la refinada belleza de Tomoko con el arrebatador primitivismo de Silvestre; el sudor –“la sangre de la lucha”- con el conocimiento –“pensar es violentar la vida”; la soledad –“la espuma de su miedo”- del judoka con el acompañamiento de un amor secreto; el fracaso con la victoria –lucida “sólo por el miedo atroz que le tenemos a la derrota”; la vida –“lo más importante en la vida es la vida”- con la muerte –la pertinencia de un “suicidio bueno, el de las personas que se matan por reafirmarse”-. 
Alfredo Hernández García

Pero el más significativo desdoblamiento –y la íntima discordia que conlleva- se da en el interior de Silvestre, donde la lucha se produce entre su propia soledad “combatiendo consigo misma en el tatami”. Disputa que, en definitiva, no es sino la metáfora del eterno conflicto del ser humano entre la tendencia a vivir libre en su naturaleza “asilvestrada” y la necesidad de domesticarse en un hábitat más civilizado y próspero. Para ello el luchador debe superar una especie de “egoísmo estomacal”, regido por el rudimentario mandato “para comer he nacido”, y seguir la regla de esta época de “ojos trasplantados” –“el poder de nuestros ojos no es ver, sino crear”- con el fin de lograr construirse a sí mismo “de una manera que le guste”.
Hernández García propone con esta nueva novela un cierto cambio con respecto a su obra anterior, pero no abandona del todo algunas de sus señas de identidad. Así, la particular cualidad de un lenguaje que, aunque se muestra ahora más contenido, se regocija en la creación de palabras singulares; un lenguaje que, al burlarse de ciertas ataduras formales, logra también desplegar nuevos significados; la presencia de personajes extravagantes y situaciones inauditas que adoptan a ratos una perspectiva esperpéntica; en definitiva, una apuesta por una literatura comprometida que, para serlo, no debe dejar de ser una parodia de sí misma.
La “novela circular” –también llamada Penelopez por el autor de la obra insertada en el texto— pretende ser un nuevo género literario que sólo puede tener un final de “vuelta de tuerca”, aquel en el que –siguiendo a Henry James- sorpresivamente se concluye con una revisión del punto de vista que hace que el lector –en el mismo “teje y desteje” que se muestra en la novela- también se vea obligado a reconsiderar el sentido que hasta ese momento le ha suscitado la obra.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 5 de enero de 2019)

               


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