TOMOKO
Alfredo Hernández García
Luna de Abajo. Oviedo, 2018
Después
de la trilogía El relato total –compuesta
por las novelas El fósil vivo, la
venganza del objeto y Residencia de
quemados-, en la que Alfredo Hernández García (Valencia, 1959), sirviéndose
de las caprichosas piruetas que permite el lenguaje, de una osada complejidad
formal y de la ironía como manera de comprender el mundo, proponía, entre otras
críticas y denuncias, un radical cuestionamiento de una literatura acomodada,
presenta ahora una suerte de “novela circular”.
Esa es la
intención de Charles Sánchezlan, autor de Sudor
oriental, la novela que se va insertando en estas páginas a medida que la
va leyendo un periodista que pretende hacer la biografía del escritor. Esta
novela, dividida en “Escenas”, cuenta, desde la libertina mirada de Tomoko, la
“historia del sudor” en la que se moverá Silvestre, atractivo muchacho español
que viaja a Japón para adentrarse en el misterioso, solemne y sufrido mundo del
judo. Tomoko es una joven japonesa que, en su tarea de servir de intérprete al
“Hispano”, se ve arrastrada por un íntimo apasionamiento que choca con las
comedidas costumbres de su país. Precisamente en el texto se sucede un juego de
dualidades –“una cosa se ve desde todo lo contrario”- en el que tratan de
aunarse la contención casi mística de Japón con los desmedidos aspavientos de
occidente; la refinada belleza de Tomoko con el arrebatador primitivismo de
Silvestre; el sudor –“la sangre de la lucha”- con el conocimiento –“pensar es
violentar la vida”; la soledad –“la espuma de su miedo”- del judoka con el
acompañamiento de un amor secreto; el fracaso con la victoria –lucida “sólo por
el miedo atroz que le tenemos a la derrota”; la vida –“lo más importante en la vida
es la vida”- con la muerte –la pertinencia de un “suicidio bueno, el de las
personas que se matan por reafirmarse”-.
Alfredo Hernández García |
Pero el más
significativo desdoblamiento –y la íntima discordia que conlleva- se da en el
interior de Silvestre, donde la lucha se produce entre su propia soledad
“combatiendo consigo misma en el tatami”. Disputa que, en definitiva, no es
sino la metáfora del eterno conflicto del ser humano entre la tendencia a vivir
libre en su naturaleza “asilvestrada” y la necesidad de domesticarse en un
hábitat más civilizado y próspero. Para ello el luchador debe superar una especie
de “egoísmo estomacal”, regido por el rudimentario mandato “para comer he
nacido”, y seguir la regla de esta época de “ojos trasplantados” –“el poder de
nuestros ojos no es ver, sino crear”- con el fin de lograr construirse a sí
mismo “de una manera que le guste”.
Hernández
García propone con esta nueva novela un cierto cambio con respecto a su obra
anterior, pero no abandona del todo algunas de sus señas de identidad. Así, la particular
cualidad de un lenguaje que, aunque se muestra ahora más contenido, se regocija
en la creación de palabras singulares; un lenguaje que, al burlarse de ciertas
ataduras formales, logra también desplegar nuevos significados; la presencia de
personajes extravagantes y situaciones inauditas que adoptan a ratos una
perspectiva esperpéntica; en definitiva, una apuesta por una literatura comprometida
que, para serlo, no debe dejar de ser una parodia de sí misma.
La “novela
circular” –también llamada Penelopez por
el autor de la obra insertada en el texto— pretende ser un nuevo género
literario que sólo puede tener un final de “vuelta de tuerca”, aquel en el que
–siguiendo a Henry James- sorpresivamente se concluye con una revisión del punto
de vista que hace que el lector –en el mismo “teje y desteje” que se muestra en
la novela- también se vea obligado a reconsiderar el sentido que hasta ese
momento le ha suscitado la obra.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 5 de enero de 2019)
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