Silbo del dromedario que nunca muere
Gonzalo Moure
Lóguez Ediciones. Salamanca, 2017
“Cuando era un
niño, Kinti encontró bajo una acacia los huesos de un camello grande, un cayado
muy usado y un zurrón de cuero casi cubierto por la arena”. Así comienza este
precioso álbum ilustrado en el que Gonzalo Moure parece haber destilado todo su
conocimiento, su gratitud y su amor por ese territorio tan olvidado –sobre todo
por la hipocresía y desidia de los Estados- que es el Sahara. Ese es el tono
lírico, de acariciadora y arrebatada belleza, que se desliza en un texto
escrito para ser dicho, declamado en voz alta y clara o cantado como si fuera
el eco del “silbo del dromedario que nunca muere”. Contar con el susurro del
desierto la historia de un niño que pastoreando sus cabras encuentra un zurrón
con dos libros y una honda de cuero. El Corán y un libro de poesía escrita en
una desconocida lengua. Dos libros que el abuelo lee al niño con una música
distinta, el Corán que parece hablar del cielo y los incomprensibles versos que
suenan “como las piedras del camino, como el rumor de los pasos del camello”. Palabras
que el abuelo reconoce en su viejo español aprendido en “los tiempos antiguos”,
versos que hablan de colores, de azahares y de trinos de grana. Una lengua que
el niño va aprendiendo a escribir letra a letra hasta convertir la palabra pan en el olor de la masa y el fuego, en
“la harina y las manos de su madre”. Hasta saber el nombre del poeta español
–el de las tres heridas- y convertir esa lengua lejana en la suya misma, en la
nueva lengua con la que escribirá sus primeros poemas en un cuaderno de páginas
blancas. Ligar las palabras nuevas con el nombre de las cosas de siempre, los
verbos y adverbios aprendidos con el día y la noche del desierto.
Ilustración de Juan Hernaz |
Gonzalo Moure
se sirve de su genio poético para mostrar una vez más su compromiso con el
Sahara, su idilio con la dura y hermosa geografía y con el pausado lamento de
su gente. Y lo hace a través de una emocionante historia que muestra el pasado
compartido con España, un vínculo en el que el idioma común se convierte
también en el nexo que emparenta a todos los poetas cabreros o cabreros poetas
que en el mundo han sido. Un relato circular que no se sirve de las
ilustraciones para meramente acompañar al texto, sino que son las propias
imágenes las que podrían plasmar por sí solas, con su mágica explosión de
colores y formas, una cualidad narrativa desprovista de palabras. Pero este
álbum ilustrado sólo puede alcanzar su auténtico sentido, la maravilla de su verdadera
condición artística, en la acertada armonización de las magníficas
ilustraciones de Juan Hernaz, el poético texto de Gonzalo Moure y la cuidada
edición de Lóguez.
Igual que el
abuelo de Kinti va desentrañando ante el niño las palabras del libro encontrado
en el zurrón de cuero, la hermosa música que suena en ese idioma distinto, el
lector adulto de esta dulce y triste historia no podrá sustraerse al hechizo de
tener que recitar a un niño estos versos que, con la luz y la sombra del
desierto, nos traen resonancias de los relatos de las mil y una noches.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 5 de mayo de 2018)
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