Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 2 de enero de 2016

Las recetas del Inframundo


Escarlatina, la cocinera cadáver
Ledicia Costas
Anaya, 2015


              En esta novela que acaba de recibir el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil 2015 se unen -ya desde el título- dos de los temas que están más de moda en los últimos tiempos. Por un lado, el repentino y acaso desmedido interés que este país ha encontrado por todo lo que tenga que ver con los asuntos culinarios, de manera que no hay cadena de televisión que no cuente con su propio programa dedicado a la cocina o la gastronomía, entre cuyos destinatarios últimamente se encuentra un público infantil al que se ha ascendido a la categoría de chef. Por otro lado, el ya cansino aluvión de publicaciones escatológicas, ésas que llevan su argumento a un mundo de ultratumba poblado por vampiros enamorados, fantasmas pueriles o personajes zombis, a menudo sin pretender aspirar a la nobleza de la novela gótica, sino simplemente a conformarse con que vivamos -o muramos- en un continuo Halloween.
               De estos dos tópicos se nutre “Escarlatina, la cocinera cadáver”, de Ledicia Costas (Vigo, 1979) -escrita originalmente en gallego y traducida al castellano por la propia autora-, pero es precisamente la unión de lo culinario con el desconocido mundo del más allá la arriesgada receta que la escritora sabe cocinar con buen gusto para agradar al exigente paladar de los jóvenes lectores. La novela cuenta la historia de Román Casas, un niño de diez años que sueña con llegar a ser un gran cocinero. Por eso les ha pedido a sus padres un curso de cocina como regalo para el día de su cumpleaños, fecha que curiosamente coincide con el dos de noviembre, Día de los Difuntos. Pero lo que recibe no es un regalo normal, sino un paquete enviado por el “Servicio de paquetería del Inframundo” y que contiene nada más y nada menos que un ataúd con un cadáver en su interior. La difunta es Escarlatina, una cocinera muerta hace un mogollón de años que, para mayor sorpresa, viene desmontada en piezas que el pequeño Román deberá unir siguiendo las instrucciones que acompañan al curioso paquete regalo. Una vez enroscadas las piezas, la “cocinera cadáver” volverá a la vida y Román podrá recibir sus ansiadas clases de cocina, para las que sólo dispone de tres horas, las que cuenta Escarlatina antes de tener que volver al Más Allá. A no ser que la difunta vuelva definitivamente a la vida, para lo cual es preciso que cocine con un humano nacido el Día de Difuntos un manjar que guste por igual a vivos y muertos, cuestión harto difícil si se tiene en cuenta que los “habitantes del Más Allá” tienen unos gustos gastronómicos que harían vomitar a los vivos con sólo pensarlo. Para ello Román debe viajar con Escarlatina al Inframundo, donde se encontrarán con sorpresas agradables -el reencuentro con el divertido abuelo de Román, muerto hace unos años- y otras horribles, como el malvado Amanito y sus secuaces, que tratarán de impedir con sus malas artes que los dos jóvenes consigan el fin que se proponen.
         Si consiguen sortear la aversión que puedan producirle el mundo de los muertos –incluida la peculiar dieta que llevan los habitantes del Más Allá-, los pequeños lectores se divertirán con esta disparatada historia llena de aventuras y sorpresas, además de enterarse de cuál es la receta de la que pueden disfrutar por igual los vivos y los muertos. Las fúnebres ilustraciones de Víctor Rivas también contribuyen, en aparente paradoja, a dar una viva expresión al relato.

(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 2 de diciembre de 2016)


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