Imaginemos que, tras desfilar entre la hilera de olmos que se
yerguen a cada lado de la calle Queensbury, pisamos un solar cubierto
de césped donde se asienta una casa de madera blanca. En el porche,
enrojecido por el sol que dejan filtrar las hojas doradas del otoño,
nos espera Juan Ramón Jiménez, con su mirada fija en las ramas que
balancea el último viento de la tarde. Sentado en su sillón de
mimbre, el poeta nos invita a subir la corta escalera y compartir con
él la frugal merienda que le acaba de llevar Zenobia. Algunas
ardillas se acercan con cautela a la balaustrada para enseguida
perderse en el pequeño bosque que, con su callado aliento, pretende
ocultar los primeros árboles desnudos. Como ensimismado en el
perenne recuerdo de sus días pasados, Juan Ramón va hablando con
una voz grande y dulce, expresando un hondo sentir que se impone al
solemne silencio de la tarde.
Pregunta: Buenas tardes, don Juan Ramón. Tengo mucho gusto
en saludarle y en hablar con usted. Lo primero que quiero hacer es
agradecerles a usted y a su esposa que hayan tenido la amabilidad de
recibirme en su acogedora casa de Riverdale. ¿Cómo se encuentra
aquí, tan alejado de España?
Respuesta: Yo estoy bien aquí. Desde lejos, aunque parezca
paradójico, se sabe más de todo, se está más enterado de todo. Y
nos comprendemos mejor, y es menos literaria nuestra poesía.
Ausencia y distancia son buen estímulo para recordar.
P: Precisamente con esta entrevista pretendemos que se le recuerde a
usted y a su obra en el homenaje que se le tributará cuando se
cumpla el centenario de la publicación de Platero y yo.
R: La gloria, Balzac lo dijo, es el
sol de los muertos. Sólo a los muertos, y cuando el tiempo haya
depurado su obra, debe rendirse homenajes como el que usted propone.
Yo nada quiero. Mi alegría es conservar la honestidad de mi arte.
El mejor elogio que se puede hacer de un libro es apretarlo
contra el corazón; tenerlo como una flor, como una fuente, como una
mujer; para ayudar al cuerpo a subir la montaña. Los libros son
solo para dar sueños a la vida.
P: Usted es reconocido en todo el mundo como un gran poeta. Sin
embargo, Platero y yo, uno de sus libros más celebrados,
está escrito en prosa.
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1ª edición (1914) de Platero y yo |
R: Yo creo que no hay prosa ni verso; lo mismo puede ser verso la
prosa, que la prosa verso. En cualquier prosa hay rima, consonante y
asonante, ritmo, medida, sólo que todo está mezclado y en
cualquier verso está también la prosa. No hay más que escribirlo
en forma de prosa y ya está.
P: También llama la atención que un escritor tan profundo como
usted, a veces difícil de entender en toda su dimensión,
escribiera esta obra tan leída y querida por los niños.
R: Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños, porque creo
que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con
determinadas excepciones que a todos se le ocurren. También habrá
excepciones para hombres y para mujeres, etc.
P: Sin embargo, usted ha logrado acercarse de una forma poco usual
al sentir y al pensamiento de los lectores más jóvenes.
R: “Tú has sido siempre un niño”, me dijo mi madre días antes
de morirse. Siempre como el niño voluntarioso, siempre libre,
siempre en presente. Con mi juventud, mi madurez, mi vejez, siempre
he permanecido niño. No he sido nunca sino niño. Y cómo se ha
reído mi niño de los que no han sido niños nunca, de esos que se
han tomado tan en serio. Yo creo que el sueño del juego de un niño
es el más profundo hecho anticipador de la vida. Lo que se refiere
a los niños me interesa siempre. Porque el niño no es aún
personaje superior o corriente, sino una posibilidad o un preludio
de personaje superior.
P: En el prólogo que a modo de “Advertencia” hace usted al
libro, afirma que en Platero y yo “la alegría y la pena
son gemelas”. ¿Es la doble cara de la existencia, la alegría por
la celebración de la vida y la pena por la muerte inevitable?
R: La muerte y la vida han estado tan unidas siempre en mí, han
luchado tanto por mí entre ellas, que yo no me considero sino como
un combate entre varios yos.
P: Platero y yo se
desarrolla en los paisajes de su infancia. ¿Qué nos puede decir
sobre esos años?
R: Nací en Moguer la noche de Navidad de 1881. La blanca maravilla
de mi pueblo guardó mi infancia en una casa vieja, de grandes
salones y verdes patios. De estos dulces años recuerdo bien que
jugaba muy poco y que era gran amigo de la soledad: las
solemnidades, las visitas, las iglesias me daban miedo. Mi mayor
placer era hacer campitos y pasearme en el jardín, por las tardes,
cuando volvía de la escuela y el cielo estaba rosa.
P: Parece
ser que esa primera época de su vida ha tenido gran influencia en
su obra.
R: Aquel ofrecimiento amontonado de claridad tan lejana y tan
cercana, tan inminente y tan inasible en el norte del verano
moguereño, y aquel deseo mío de espresármelo, aquella tierra
verdadera, fueron fundamentando en mí, noche tras noche de desviada
soledad joven, con sus ricas luces sólidas, semillas de una cosecha
de frutos perpetuos, de alimento eterno, el estado errante y febril
de mi tan anhelada y mayor poesía.
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Casa natal de Juan Ramón en Moguer |
P: ¿Guarda
algún recuerdo de su primer colegio?
R: El colejio de mi pueblo tenía, en la plataforma, una gran
ventana que daba al jardín, jardín de antigua casa señorial,
abandonado, lleno de yerba alta, de yedra y de humedad, con
naranjos, jazmines, enredaderas y cipreses. En las tardes de lluvia
de invierno, cuando a las cuatro ya era de noche, entre la salmodia
incolora de los rezos cantados, o del deletreo de la cartilla, mis
ojos se estasiaban en los amarillos descoloridos con que al poniente
endulzaba el cielo de la tormenta, sobre los cipreses mojados, y
bajo la inminente claridad del cenit. Confusamente, en aquel oro
descolorido y triste, estaba como una clave conciente e inconciente
a un tiempo de mi existencia lírica, a medias trájica y
sentimental.
P: ¿Cómo era usted de pequeño?
R: Mi madre solía decirme que, de
niño chico, yo estaba siempre riéndome; que tenía una risa
alegre, luminosa, agradable, que se pegaba. Y que no comprendía
cómo luego me volví tan serio. Desde
que yo me acuerdo, me miro pensativo, serio y melancólico.
Arranques de mal jenio
siempre los tuve, pero fui aprendiendo, por mí mismo, en mi
soledad, a reaccionar, y poco a poco fui dejando de ser capaz de
dejar a nadie injustamente, en lugar desfavorable.
P: Aunque aún no utiliza su peculiar ortografía en Platero y
yo, ¿por
qué a partir de un
determinado momento decide
escribir
con “j” y “s” en vez de “g” y “x”?
R: En mi segunda casa grande de Moguer había un hermoso Diccionario
de Autoridades de la Academia Española, en
dos tomos, que era un tesoro para mí. Desde niño me acostumbré a
leer con “j” y “s”. A mí me parecía aquello tan natural,
aquella ortografía se acomodaba tan bien a la prosodia moguereña,
que no vacilé en aceptarla como buena. Al
principio no la usaba en mis libros porque no tenía autoridad para
imponerla en las imprentas.
P: ¿Cuándo
empezó a escribir?
R: No
me interesé mucho en la carrera de leyes que mis padres elijieron
para mí y abandoné pronto la Universidad de Sevilla donde empecé
a estudiarla. A mí me gustaba más pintar, tocar el piano y
escribir, y mis padres y toda mi familia, con una comprensión y una
largueza que nunca agradeceré bastante, decidieron que yo lo
hiciera todo a mi gusto. De modo que yo fui escritor aceptado por mi
familia desde los 14 años. Yo
escribía, escribía como un loco verso y prosa. Y además, los
publicaba. Ningún periódico o revista de la época me negó sitio
y en
muchas tuve hasta pago. Y
leía, leía atropelladamente cuanto caía en mi mano.
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Juan Ramón en un momento de la entrevista |
P: ¿Qué influencias de autores o corrientes literarias reconoce
usted más determinantes en su obra?
R: ¿Influencias? Sí, de todas partes. Así, en su incorporación
universal todas se destruirán unas a otras y uno se quedaría libre
en más en lo suyo que más entonces. Las expresiones poéticas más
bellamente delicadas se las he oído a hombres toscos del campo, y
con nadie he gozado más hablando que con ellos o sus mujeres o sus
hijos... Todos hemos nacido del pueblo, de la naturaleza, y todos
llevamos dentro esa gran poesía orijinal.
P: Se dice que usted modifica y corrige constantemente lo que
escribe, ¿podría decirnos cómo es su forma de trabajar?
R: Escribo siempre de un tirón, a lápiz, luego lo dicto o lo pone
Zenobia a máquina, y lo veo objetivado, fuera de mí. Entonces sí
lo corrijo despacio, pero después, una vez que lo dejo ya no me
ocupo de él, si años más tarde lo releo tal vez cambie un
adjetivo, una palabra, si en la lectura el cambio se impone por sí.
Cuando estoy trabajando rodeado de mis papeles, se establece entre
ellos y yo una corriente magnética. No puedo dejarlos. Si quiero,
si tengo que irme a la fuerza, los papeles se me pegan a los huesos
de los dedos como el cuerno frotado. Y, a veces, entre lo escrito y
mis ojos salta, como un reproche, una chispa azul. Cuando me entrego
al trabajo pleno parece que no me falta tanto en la vida.
P: ¿Hasta qué punto cree que su resentida salud ha condicionado su
obra?
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Zenobia y Juan Ramón |
R: Si yo estuviera sano, sería uno de los hombres más grandes del
mundo... Ah ¡si supierais los jérmenes decididos a estallar que
llevo dentro! ¡Si yo pudiera emplear mi vida entera en mi
pensamiento! ¡Si mi salud igualara a mi voluntad, el ansia de
saber, el afán de viajar, de obrar, de aniquilar, de construir!
P: ¿Cómo ve usted la figura del poeta, su importancia o misión en
el mundo?
R: El poeta ha venido al mundo para definirlo, ordenarlo
voluptuosamente en belleza, para nombrarlo bello, verdaderamente,
para inutilizarle todo lo inútil y salvarle todo lo útil.
P: Y su propia obra poética, ¿cómo se establece esa relación de
usted con la poesía?
R: Yo tengo escondida en mi casa, por su gusto y por el mío, a la
Poesía. Y nuestra relación es la de los apasionados. Que la frase
esté tocada de alma, que evoque sangre, o lágrima, o sonrisa; que
en el vocablo haya siempre un subvocablo, una sombra de palabra,
secreta y temblorosa, un encanto de misterio. Poesía
significa, no hay que olvidarlo, contemplación y creación. Así,
todas las actividades grandes y pequeñas de nuestra vida, que es
crear y contemplar, pueden y deben ser poéticas. La
poesía, el mismo arte, no pueden ser menos ni, sobre todo, más que
auténtica emoción y forma completa. La
perfección de la forma artística no está en la exaltación sino
en su desaparición, no en hacer una prosa mala o desaliñada sino
en hacerla tan buena que parezca que no existe.
P: ¿Podría definirse a sí mismo o darnos una imagen de usted?
R: Soy hombre libre, lo fui siempre y estoy seguro de seguir
siéndolo hasta el fin. La obligación humana y divina del poeta es
cumplir como hombre, libre por conciencia y esclavo gustoso por
vocación, su encontrado destino. No fumo, no bebo vino, odio el
café y los toros, la religión y el militarismo, el acordeón y la
pena de muerte; sé que he venido para hacer versos; no gusto de
números; admiro a los filósofos, a los pintores, a los músicos, a
los poetas; y, en fin, tengo mi frente en su idea y mi corazón en
su sentimiento. Durante toda esta vida mía de libertad constante,
he intentado comprender la verdad y la belleza; la belleza
verdadera, esa belleza que está en la verdad de todo lo llamado
bello y lo llamado feo.
P: También se ha significado por su sensibilidad social y la
defensa de la justicia.
R: El poeta no ha olvidado nunca que lo peor verdadero es la
injusticia, el hambre, la miseria por un lado, y por otro, la
populachería, el odio y el crimen. Nada más lejano de lo popular
que el chabacanismo plebeyo, el brillo, ese aquí estoy yo de la
abundancia desmedida.
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Placa en Moguer |
P: De igual manera, usted siempre se ha declarado un hombre del
pueblo.
R: Afirmo
muy alto, una vez más, que admiro apasionada o serenamente, según
el instante, a mi maravilloso pueblo; que soy populareño por
libertad, por sentido común, por honradez y por amor. Tengo
para mi obra el amor de un labrador a su propio campo. En el que
estoy todo el día, cavando, podando, regando, mirando y soñando.
P: ¿Qué lucha personal ha guardado en lo más íntimo de su
existencia?
R: Quién sabe más que yo, quién hombre o dios puede, ha podido o
podrá decirme a mí qué es mi vida y mi muerte, qué no es. Si hay
quien lo sabe, yo lo sé más que éste, y si lo ignora, más que
ése lo ignoro. Lucha entre este saber y este ignorar es mi vida.
P: ¿A su edad, qué enseñanza le ha dado la vida que se pueda
transmitir a los más jóvenes?
R: No
se pasa mejor en la vida con más cosas; sino con las cosas que nos
hacen verdaderamente falta, las cosas a las que les hacemos
verdadera falta nosotros.
P: Para terminar, ¿qué sensación o íntimo convencimiento le
deja su vida, don Juan Ramón?
R: Estoy contento del trabajo de mi vida y creo que, al fin,
conmigo, tiene España un poeta completo que puede unir a los
universales. A ver, ahora, cuántos siglos pasarán antes de que
venga otro español a ponerse a mi lado. Esto no es orgullo. Es
gozo. No soy yo quien me jacto por mí; sino yo que he castigado,
sacrificado, exaltado, al otro yo que ha realizado tal obra.