Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 18 de junio de 2016

La niña que enredaba con probetas


Marieta
Itziar y Jorge Miranda
Edelvives, 2015


          Es habitual que personajes populares, generalmente vinculados al mudo de la televisión, se lancen a escribir una novela, unas supuestas memorias o unos cuentos infantiles. A menudo estos famosos son tentados por editoriales que quieren apostar sobre seguro para mejorar su cuenta de resultados. Así, los beneficios que rara vez obtienen con las ventas de escritores -digamos- profesionales, saben que sin duda los sacarán si encargan un texto -a menudo sólo es necesaria la presencia de su nombre y la foto en la portada- a una presentadora del telediario, un tertuliano agresivo o una princesa del pueblo. La longitud de las colas habidas en la reciente feria del libro de Madrid demuestra que quien la tiene más larga no suele coincidir con el que más calidad literaria ofrece, sino precisamente con la cantidad de fama que lo precede y adorna. El ámbito de la literatura infantil y juvenil no es ajeno a este festivo acontecer y por ello no es raro encontrar a personajes de la farándula televisiva prestándose a la tarea de firmar unas páginas dedicadas a los más pequeños.
          Es el caso de Itziar Miranda, conocida actriz de una popular telenovela vespertina, quien junto a su hermano Jorge ha sacado al mercado la Colección Miranda (Edelvives, 2015), una serie de biografías noveladas para el público infantil. Sin embargo, hay que decir que los números presentados hasta el momento -Frida, sobre Frida Kalho, Juanita, sobre Juana la Loca, Marieta, sobre Marie Curie, y un recetario de cocina titulado Las recetas de Miranda- tienen la suficiente entidad para que puedan ser del agrado de los jóvenes lectores. A ello contribuye que la vida de estos personajes se cuente desde la mirada de una niña -precisamente llamada Miranda- que tiene ocho años. Una niña un tanto soñadora, a la que le gustan “las pompas de jabón, el olor de las tardes de lluvia y los pájaros que me caben en la mano”, y que a partir de una anécdota cotidiana -por ejemplo, que a su hermano Tato le tienen que hacer una radiografía porque se ha tragado una moneda-, empieza a contar la vida de Marie Curie, a quien Miranda le gusta más llamar “Marieta, la que enredaba con probetas”. A partir de ahí, de una manera desenfadada y coloquial, utilizando expresiones no muy ortodoxas para una biografía al uso, pero sin duda muy apropiadas para acercar el personaje a los pequeños lectores, Miranda va contando la historia de Maria Sklodowska: su nacimiento, infancia y primera juventud en Polonia, sus estudios universitarios en París, las prácticas en el laboratorio de Pierre Curie, el descubrimiento del radio y la obtención de los Premios Nobel de Física y de Química. 
Marie Curie en el laboratorio
          La introducción en el relato de alguna divertida anécdota y las referencias a la propia vida de la narradora contribuyen a una amena lectura de esta biografía que, al igual que las que ha sacado hasta el momento la colección Marieta, quiere llamar la atención sobre la relevancia -tantas veces inadvertida- de la mujer en distintos ámbitos de la Historia de la humanidad como la ciencia, el arte o la política. Este carácter didáctico del libro se completa con un somero repaso a algunos de los polacos más famosos de la historia, una breve reseña sobre el significado del Premio Nobel y una pincelada sobre la utilidad del radio. La suave tonalidad de las ilustraciones de Thilopía embellecen más este precioso libro, muy apropiado además para despertar en los jóvenes lectores el interés por la ciencia.

(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 18 de junio de 2016)





sábado, 21 de mayo de 2016

La niña que vino del mar


Alma y la isla
Mónica Rodríguez
Anaya, 2016


          Toda ficción tiene como referencia la realidad, y no sólo para dejar constancia notarial de lo que sucede, sino más aún para recrearla, cuestionarla o falsearla. Igualmente suele asegurarse que para que se pueda hacer una verdadera obra de creación, debe darse una cierta distancia temporal con los hechos referidos, de manera que si uno quiere novelar un acontecimiento actual que se prevé histórico o un suceso real que ha vivido en primera persona, debe dejarlo enfriar y alejarse de él el tiempo prudencial para que su poso pueda alumbrar -aunque parezca paradójico- con más veracidad aquello que se quiere contar.
          Ese es el riesgo, el de sortear el peligro de hacer una ficción demasiado pegada a la realidad, que ha sabido sortear con acierto Mónica Rodríguez (Oviedo, 1969) con su novela “Alma y la isla”, (XIII Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil). En ella se adentra en el espinoso tema de la emigración para contarnos la historia de Alma, una niña que ha estado a punto de morir ahogada al volcarse la barca con la que trataba de llegar junto a su familia a una isla. En esa isla los pescadores están habituados a rescatar del mar a los emigrantes que tienen la mala suerte de naufragar antes de llegar a su destino. A algunos de ellos el mar los devuelve ahogados y a otros tan empapados que no paran de tiritar de frío cuando son acogidos por la gente 
y llevados al centro de salvamento. Entre estos últimos está Suleman, que, por ser menor al llegar a la isla, no pudo ser devuelto a su país de origen. Cuando fue encontrado, Suleman le regaló a Otto un amuleto, un pedazo de cuero que llevaba colgado del cuello. Ahora el padre de Otto ha rescatado del mar a una niña a quien ha llamado Alma y que ha llevado a vivir con la familia. Todos están encantados con Alma, con el color de su piel, con sus ojos blancos y asustados y los bucles que le caen por las mejillas, pero Otto se siente como un príncipe destronado, porque, para empezar, ahora él tiene que dormir con su abuela mientras ella ha ocupado su cuarto y su cama. La niña tampoco parece encontrarse muy bien, pues hace cosas raras, como esconderse debajo de la mesa o ponerse de repente a romper los dibujos de Otto. Hasta que éste se da cuenta de que ella no tiene el amuleto que llevaba en el cuello cuando llegó a la casa y se le ocurre entregarle el que un día le había regalado Suleman. A partir de entonces, el amuleto se convierte en un elemento mágico que ayudará a Otto a entender a Alma, a saber de su país de origen y de las razones del viaje hasta la isla, pero sobre todo le servirá como un hilo invisible que tendrá el poder de unir a los dos amigos para siempre.
          Esta preciosa historia nos presenta el valor de la ficción, aquel que nos enseña que a través de lo inventado podemos conocer mejor una realidad a la que no logramos acceder del todo sólo con las noticias presentadas en los telediarios. El lenguaje limpio, suave, plagado de imágenes poéticas, también contribuye a esquivar el riesgo de caer en una moralina a la que pueden prestarse las tramas con un trasfondo social. Igualmente, la expresividad lírica de las ilustraciones de Ester García dan el tono emotivo que requiere la historia de la niña que vino del mar.

(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 21 de mayo de 2016)






sábado, 23 de abril de 2016

Shakespeare para jóvenes


El misterio del cisne (El joven Shakespeare)
Vicente Muñoz Puelles
Anaya, 2016


          A pesar de que todo el mundo sabe que en realidad Cervantes y Shakespeare no murieron el mismo día -aunque sí en el mismo año-, se sigue celebrando el 23 de abril como la fecha en la que de forma insólita tuvieron la coincidencia de morir los dos mayores genios de la literatura universal. Por ese motivo -al igual que en su día ya hicimos un somero repaso de los Quijotes adaptados al público infantil y juvenil-, traemos aquí en esta fecha tan señalada a Shakespeare, cuya obra hoy todo el mundo se apresurará a celebrar.
          Tal vez por tratarse de textos teatrales no proliferan las adaptaciones que suelen hacer las editoriales con la intención de hacer accesibles las grandes obras a los jóvenes lectores. Seguramente para cubrir esta necesidad es por lo que la editorial Anaya ha decidido incluir en su catálogo algunos títulos para que los adolescentes -y los adultos recelosos- pierdan el miedo a enfrentarse a las comedias y tragedias de Shakespeare. Así, las versiones en prosa de “Hamlet” y “Romeo y Julieta”, ambas a cargo de Lourdes Íñiquez Barrena, y el clásico “Cuentos basados en el teatro de Shakespeare”, que los hermanos Charles y Mary Lamb publicaron en 1807 ya con el objetivo de acercar al público juvenil las obras del dramaturgo inglés, contribuyen a despertar el interés por leer los textos originales -”La tempestad”, “El mercader de Venecia”, “Macbeth”, etc.- del inmortal escritor.

          Con el mismo propósito, la agitada vida de William Shakespeare ha sido recreada para los jóvenes por Vicente Muñoz Puelles en “El misterio del cisne”. Partiendo de la consabida argucia cervantina del manuscrito encontrado, el autor de esta biografía novelada cuenta cómo Marcel Briand, jefe del servicio de actividades culturales de Calais y apasionado bibliotecario, descubre entre las guardas de un raro ejemplar del “Primer Folio” -denominación con la que se conoce a la primera edición de las obras del escritor-, hallado por casualidad en las estanterías, una especie de autobiografía que Shakespeare habría escrito al final de sus días, en ese momento en el que, como plasmó en un verso de “Otelo”, quiso “imitar al cisne y morir cantando”. El sorprendido e ilusionado bibliotecario decide transcribir el manuscrito y enviarlo a una editorial para publicarlo como si fuese una novela. Así, el lector podrá presenciar -llevado de la mano del propio protagonista- las peripecias por las que Shakespeare pasó en su vida: su nacimiento en Stratford-upon-Avon, el pueblecito donde su padre ejercía como guantero, el deslumbramiento que le produjo la primera vez que acudió a una representación teatral, su prematuro casamiento con una mujer ocho años mayor que él, su pasión por el teatro que le llevó a abandonar a su familia para entrar como ayudante en una compañía de Londres, sus iniciales pinitos como actor y la escritura de sus primeros poemas y obras teatrales, su progresivo éxito como dramaturgo y copropietario del teatro más famoso de Londres. Al mismo tiempo, asistimos a la ajetreada vida de los cómicos, a una historia de amor con una misteriosa dama, al debate sobre la autoría de algunas obras, a los cambios que se van produciendo en la vida cultural y social británica y a acontecimientos históricos de la época, como el incendio del Teatro del Globo en 1613.
          Sería deseable que esta amena biografía novelada pudiera servir -además de para disfrutar de su lectura- para despertar el interés por leer los sonetos y las obras teatrales del llamado “cisne de Avon”.

(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 23 de abril de 2016)



jueves, 14 de abril de 2016

Entrevista a Mónica Rodríguez


          La escritora ovetense Mónica Rodríguez cogió hace siete años una excedencia en el Centro de Investigaciones Ciemat para dedicarse por entero a escribir y, a tenor del éxito obtenido, parece que le va a costar volver a trabajar como especialista en energía nuclear. A los galardones que ya tiene acumulados, como el Premio de la Crítica de Asturias en 2007, se unen este año el Premio Alandar de Edelvives por su novela “La partitura” y el Premio Anaya de Literatura Infantil y Juvenil por “Alma y la isla”, obra que presenta hoy en Oviedo junto al escritor Gonzalo Moure y el Rector de la Universidad de Oviedo Vicente Gotor. 

viernes, 25 de marzo de 2016

En busca del árbol de pamarandá


El fuego contador de historias
Carlos López
Edelvives. Zaragoza, 2016


          Seguramente una de las razones por las que el lector -y no sólo el infantil o juvenil- se siente fascinado por eso que llamamos literatura, es la infinita capacidad que tienen las palabras para, al unirse entre ellas por el necesario arbitrio del escritor, poder crear cualquier realidad imaginable. Es lo que entendemos como ficción, un artificio que hemos convenido aceptar bajo ciertas reglas implícitas en la propia obra literaria que le da sentido. Así, desde los cuentos fantásticos transmitidos de forma oral u escrita hasta la literatura más surrealista o de ciencia-ficción, pasando -claro está- por la considerada más realista, cualquier narración literaria debe regirse por el principio de verosimilitud, algo así como atenerse a una verdad que sólo tiene cabida en el propio texto, dentro del cual cobra un significado a menudo diferente para cada lector que a él se aproxime. En la literatura infantil y juvenil esta circunstancia se hace aún más exigente que en la destinada al público adulto, pues al estar los jóvenes lectores -en general- más predispuestos a introducirse en territorios alejados de la realidad, los innumerables relatos donde aparecen personajes o sucesos “inverosímiles” (animales que hablan, princesas que duermen cien años o niños que se convierten en coches) pueden caer en la tentación de introducir todo aquello que al escritor se le pase por la cabeza, aún a riesgo de que el cuento se deshilache, como los tejidos sin apresto, en jirones de tramas sólo unidas por el ingenioso título del cuento.
          Este es el riesgo que esquiva con acierto “El fuego contador de historias”, de Carlos López, pues a pesar de que el libro está tan lleno de historias fantásticas que, abriéndolo al azar por cualquier página, el lector puede encontrar algún fabuloso episodio que se incluye dentro del argumento general del relato, éstos no hacen sino enriquecer, sobre todo por la maravilla de sorprendernos ante tal desborde imaginativo, este precioso cuento que seguramente hará las delicias de los jóvenes lectores.
          Siguiendo la estructura de las narraciones clásicas, asistimos al nacimiento del protagonista en forma de “fuego contador de historias”, una rama que se incendió al caer un rayo sobre el árbol de pamarandá, extraña especie de la que sólo existe un ejemplar en el mundo. A la mañana siguiente, un pastor que pasaba por allí recogió la rama de pamarandá ardiendo y se la llevó para que lo calentara en las frías noches de invierno, pero el fuego además le ayudó a cocinar y, sobre todo, le entretuvo contándole historias. A partir de entonces, el madero encendido emprende un viaje donde se mezclan las fantásticas historias que cuenta él mismo con las maravillas que va encontrando por ahí, como los campesinos que recogían en grandes sacos la sombra que daba un castaño, o el carretero que instalaba arcoiris y comerciaba con los rayos del sol, o aquel río que tenía una sola orilla o este otro que no soportaba el frío. Pero el conflicto aparece cuando el fuego va consumiendo la rama y no le queda más remedio que ir en busca del árbol de pamarandá para seguir alimentando la llama con su madera. Es el destino que espera al protagonista al final del viaje, escondido en el extraño y exuberante Jardín de la Oca.
          Así, este cuento nos enseña una nueva realidad imaginable, aquella que dice que las historias ya no se cuentan alrededor de una lumbre, sino que es la propia lumbre la que cuenta las historias que debemos estar atentos a escuchar.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 25 de marzo de 2016)

sábado, 27 de febrero de 2016

Los maravillosos años del vapor


Los descazadores de especies perdidas
Diego Arboleda – Raúl Sagospe
Anaya, 2015


          Después de su celebrada obra “Prohibido leer a Lewis Carroll” (Anaya, 2013, galardonada con el Premio Lazarillo), el escritor Diego Arboleda y el ilustrador Raúl Sagospe vuelven a sorprendernos con otra historia donde la originalidad del relato, las situaciones inverosímiles y el desfile de personajes estrafalarios se ponen de acuerdo para lograr el primer objetivo que debe perseguir cualquier obra destinada a los jóvenes -y a los mayores- lectores: conseguir que disfruten con su lectura, que lo que se cuenta y la forma de contarlo atraigan de tal manera que el lector sienta la imperiosa necesidad de seguir leyendo.
          En “Los descazadores de especies perdidas” (Anaya, 2015) nos encontramos en los “años del vapor”, un tiempo en el que “existió un tipo de gente excepcional que nunca aparece en los libros de historia”. Como Minerva Vapour -última descendiente de una familia de genios-, que se sirve del aparato de inteligencia artificial llamado “Mismo mecanismo” para enviar desde su torre mensajes escritos en hojas de otoño a los “niños borrosos” que juegan en el patio de la escuela. Como el señor Bisiesto -llamado así por haber nacido un 29 de febrero-, que vive en un pequeño pueblo del Pirineo conocido como Val de V porque allí de una manera u otra todo está relacionado con la letra V: la forma del valle, el vino que sale de las viñas que se cultivan en la vega y sobre todo los nombres y apellidos de todos los vecinos, cuyas iniciales deben ser una V, menos las del señor Bisiesto, quien, tal vez para compensar esa carencia, en el día de su cumpleaños recibe un paquete con una misteriosa válvula. Como Victoria Vapour -una inventora con melena de rizos pelirrojos-, que se rebeló contra la ley de la gravedad al inventar una máquina voladora que después de sobrevolar en misión secreta sobre la Ciudad Prohibida de China, fue a aterrizar al recóndito valle Val de V.
Como Iris Vapour -bisabuela de Minerva e inventora del brazo articulado “Mismo mecanismo”-, que presenta en la Exposición Universal de París de 1867 el artefacto conocido como Atenea, la lechuza autómata, con tanto éxito que logró llamar incluso la atención del mismísimo Napoleón III. Como William Aimer de Murk -heredero de una estirpe de nobles cazadores ingleses-, que entre estornudo y estornudo logró sacar una fotografía al zorro blanco de las ciénagas de Murk, el fantasma de una especie de zorros dada por desaparecida. Como Zazia -nieta de Zazel, la primera mujer bala de la historia-, que se lanzó al espacio para encontrarse en pleno vuelo con su amigo el dibujante Benvenuto Farini, también conocido como el Invisible Chico Tímido. 
          Algunos de estos personajes vuelven a aparecer en el último capítulo, donde ciertos hechos aparentemente disparatados que han ido sucediendo en el libro se encuentran para dar sentido al título de la novela. Así, los animales que se dan por desaparecidos en la “Galería ilustrada” -el caracara, el guará, el dodo y otros incluidos en el “Catálogo de especies perdidas”- que inicia cada capítulo, van a ser “descazados” utilizando uno de aquellos extraños ingenios.
          En este libro las expresivas ilustraciones de Raúl Sagospe no cumplen la mera función de acompañar al divertido texto de Diego Arboleda, sino que forman parte de la propia trama, de una historia magnífica que sin duda hará las delicias de unos lectores que también podrán entender la novela como una maravilla más de aquellos años del vapor.


(Publicado en el suplemento Cuturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 27 de febrero de 2016)