Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

sábado, 21 de junio de 2014

Las leyes de la selva


MOWGLI
Rudyard Kipling
Adaptación de Maxime Rovere
Edelvives, Zaragoza, 2014
(116 páginas)


       Rudyard Kipling (1865-1936) publicó en los volúmenes “El libro de la selva” (1894) y “El segundo libro de la selva” (1895) una recopilación de fábulas morales y de poemas en los que aparece Mowgli, el pequeño humano que es acogido por una manada de lobos en las colinas Seoni. De este conjunto de cuentos el escritor francés Maxime Rovere, ha realizado -”modificando muy levemente las frases y sin añadir prácticamente ninguna”- una labor de montaje para adaptar este clásico de la literatura universal.
         Siguiendo la organización original de Kipling en dos volúmenes, este álbum ilustrado que nos presenta la historia íntegra de Mowgli se divide en dos “Libros” titulados “La ley de la selva” y “El destino de Mowgli”. En ellos se incluyen once capítulos en los que se van narrando las conocidas aventuras del niño salvaje, sobre todo célebres a partir de la famosa versión cinematográfica que realizó la factoría de Walt Disney en 1967. Para la mayoría de los pequeños -y aun de los mayores- esta película de dibujos animados -un tanto edulcorada con respecto al texto original, llena de gags humorísticos y números musicales- es la única referencia que tienen de los cuentos de Kipling. Por eso, esta excelente adaptación de los “Libros de la selva” es una una buena oportunidad para que los jóvenes lectores se acerquen al relato de Kipling y puedan de esta manera introducirse en el profundo sentido que siempre aportan los cuentos clásicos. Porque, sin duda, se trata de una fábula que contiene elementos de las historias que han ido enseñando a los hombres las leyes de la tribu. Así, la aparición de un cachorro humano en la selva nos remite al mito del salvaje, al radical desvalimiento del ser humano, a su imposibilidad de sobrevivir en soledad y a su necesidad vital de hacerse con las normas de la sociedad que le acoge. El compromiso de Baloo, el oso que defiende ante el Consejo de los lobos el ingreso de Mowgli en la manada, para enseñarle la “ley de la selva” nos habla de un relato de iniciación, que en este caso no sólo muestra los ritos de paso o el aprendizaje necesario para crecer como persona, sino la resbaladiza sensación de no saber a qué comunidad se pertenece. El encuentro con Hathi, el elefante que, en medio de la sequía, proclama la tregua del agua, nos revela una moral que alude el respeto por la vida ajena cuando la presa puede ser más vulnerable. El descubrimiento, junto a su amiga Kaa, la gran serpiente pitón, del tesoro del “rey de veinte reyes” que se halla oculto en las ruinas de las Moradas Frías, nos alerta del peligro de dejarse llevar por el deslumbrante brillo de las riquezas. Igual sucede con episodios que nos enseñan la necesidad del miedo o el valor de la amistad. A través de estas experiencias, Mowgli aprende a interpretar las señales de la selva y a desconfiar de los hombres -“esos constructores de trampas”-, quienes, sin embargo, son su destino inevitable, pues “el hombre vuelve al hombre, aunque la selva no lo expulse”.
          El cachorro humano que se acerque a este libro podrá también disfrutar de las expresivas y originales ilustraciones de Justine Brax, y si aún no sabe leer, algún adulto de su tribu debería leérselo en voz alta para que vaya aprendiendo las leyes de la selva.

(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 21 de junio de 2014)


I










viernes, 13 de junio de 2014

Locus solus

LOCUS SOLUS
Raymond Roussel
Ediciones Numa, Valencia, 2001
Traducción de Marcelo Cohen
(Original publicado en París en 1914)



“En el patio de su palacio de Bizancio, la cortesana Crisomallo hizo que sus mozos la montaran en el soberbio caballo negro Barsimes, que piafaba de impaciencia bajo sus majestuosos arreos. Luego, radiante, salió a cabalgar libremente por bosques y llanuras. Atardecía ya, y se acercaba el momento de dar media vuelta para regresar a casa, cuando Crisomallo notó que su espuela, por sí misma, se hundía en el flanco de la montura con golpes regulares y nerviosos. Barsimes se lanzó a galopar sin que nada pudiera detenerlo. Al caer la noche, el camino se iluminó de un fulgor verdoso que seguía a la amazona por donde fuera. Buscando la fuente de esos haces, Crisomallo vio que la espuela, brillante de un resplandor glauco, iluminaba los alrededores y seguía arrastrándole el pie, contra su voluntad, para abrir cada vez más la ensangrentada herida del caballo. Esta huida desenfrenada se prolongó años enteros. La espuela, que golpeaba sin tregua, conservaba durante el día una claridad tenue que por la noche se hacía fulgurante. Y nadie en Bizancio volvió a ver jamás a Crisomallo”

Raymond Roussel


  Maravilla no tanto la posible imagen que uno se va construyendo de la historia, sino la propia capacidad del lenguaje para ir creando ante el lector la propia idea que nombra. Así, el terror de la escena angustia más que por las imágenes que nos evocan, por el poder de las palabras para revelar más allá de lo puramente narrado.  

sábado, 24 de mayo de 2014

Cómo fomentar la creatividad


INGENIOS
Philipe Brasseur
Editorial Anaya. Madrid, 2014
69 páginas


     
       Vivimos en la época del pensamiento creativo y de la educación emocional. Estamos en un momento en el que -a veces a trancas y barrancas- se abre paso el convencimiento de que para lograr el tan ansiado éxito académico, profesional o personal no basta con la puesta en funcionamiento de lo que se ha venido en llamar “inteligencia convergente” (pensamiento lógico, convencional o racional), sino que es preciso desarrollar la “inteligencia divergente”, aquella que pretende buscar soluciones diferentes o creativas para resolver los problemas a los que nos enfrenta la vida. A partir de esta idea los departamentos de recursos humanos de muchas empresas no sólo buscan a los profesionales con la cualificación necesaria (las competencias convencionales) para el desempeño de un determinado trabajo, sino que procuran atraer a aquellos que además demuestren tener la capacidad de generar nuevas soluciones, de abrir su mirada para poder aportar, desde una perspectiva más amplia, ideas originales. Sin embargo, la escuela -ámbito especialmente propicio para ello- todavía se resiste a fomentar, como un elemento fundamental en el desarrollo integral del individuo, la creatividad en el quehacer cotidiano de los alumnos. A menudo la educación se centra de forma casi exclusiva en el rendimiento académico, en la mera consecución de los aprendizajes que marca el currículo, dejando a un lado la necesidad de fomentar un pensamiento más creativo, aquel que sin duda contribuye a alcanzar un mayor desarrollo de todas las características personales de los chavales.
         De ahí que celebremos la aparición de este libro de Philippe Brasseur titulado con acierto “Ingenios” (Anaya, 2014). Partiendo de una breve semblanza de grandes personajes considerados genios, pretende de una forma didáctica y original favorecer la creatividad de los más pequeños. Así, el joven lector puede aprender de estos genios si “estimula su curiosidad, usa su imaginación y actúa con determinación”. Para ello debe estar atento para anotar sus ideas como Leonardo Da Vinci, observar como Alexander Fleming, preguntarse las cosas como Charles Darwin, mirar de manera diferente como Charles Chaplin, encontrar el orden en el desorden como Dimitri Mendeléiev, dirigirse hacia lo desconocido como Cristóbal Colón, crear vínculos entre las cosas como Buffon, lanzarse a la anormalidad como Salvador Dalí, acostumbrarse a los cambios como Heráclito, buscar múltiples respuestas como Thomas Edison, imaginar lo imposible como John Lennon, inspirarse en la naturaleza como Antonio Gaudí, salirse de los caminos trillados como Igor Stravinsky, pensar al revés como Nicolás Copérnico, combinar cosas diferentes como Johannes Gutenberg, volver a los clásicos como Pablo Picasso, hacer que lo ordinario se convierta en extraordinario como René Magritte, pensar en imágenes como Albert Einstein, confiar en su subconsciente como Sigmund Freud, producir sin parar como Marcel Proust, perseguir un gran proyecto como Martin Luther King, trabajar con método como Agatha Christie, perseverar a pesar de los fracasos como Vicent Van Gogh, buscar ideas en equipo como Walt Disney, variar las técnicas de invención como Marcel Duchamp o conocerse a si mismo como Sócrates. Y, por supuesto, cartografiar sus ideas como ¡tu cerebro!
        Un libro entretenido y divertido, plagado de frases ingeniosas (“Esperad lo inesperado o, de lo contrario, nunca llegará”, dijo Heráclito), juegos y ejercicios de ingenio, adivinanzas, anécdotas, ideas en escalera, actividades para probar diferentes maneras de inventar o de copiar de forma creativa, consejos prácticos para la vida cotidiana, pistas para buscar nuevas soluciones. En definitiva, una variedad de atractivas propuestas para que los más pequeños aprendan a pensar de manera diferente.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 24 de mayo de 2014)










sábado, 12 de abril de 2014

Un clásico moderno


EL POLIZÓN DEL ULISES
Ana María Matute
Editorial Anaya. Madrid, 2014
116 páginas


            El sentido de los cuentos clásicos está en que suponen un aprendizaje para los protagonistas de la historia, la adquisición de un conocimiento profundo que a su vez se proyecta, como la luz de una vela reflejada en un espejo, hacia la mirada del lector. Una modalidad de este aprendizaje es el que se da en los llamados relatos de iniciación, en los que el personaje principal debe pasar por una serie de vicisitudes –a menudo en forma de aventuras o de desafíos a los que se debe enfrentar- para lograr alcanzar un grado más en su desarrollo personal. Aun teniendo en cuenta que, en cierta manera, todas las grandes novelas representan una revelación particular tanto para los protagonistas como para el lector, los relatos de iniciación fijan este descubrimiento en el difícil paso de la infancia a la adolescencia, a su vez también época de transición hacia la edad madura.
            En “El polizón del Ulises” -publicado inicialmente en 1965 y que ahora reedita la editorial Anaya en su colección de Clásicos Modernos- Ana María Matute (Barcelona, 1925) cumple perfectamente con las condiciones que exige un cuento de estas características, en el que un acontecimiento inesperado supone para el protagonista no sólo la oportunidad para vivir una emocionante aventura, sino sobre todo un reto vital para lograr crecer como persona.
            Cambiando el consabido “Érase una vez que se era” por el poético “cierta noche de mayo, de cualquier año, de cualquier país”, la autora introduce al lector en lo que sucedió en la casa de tres señoritas solteras (Etelvina, Leocadia y Manuelita), tres hermanas huérfanas de un rico terrateniente, tan peculiares y tan diferentes entre sí que sólo parecían compartir el apellido de su padre. Etelvina no tenía otro amor que la lectura de la “Historia del Gran Imperio Romano”, Leocadia era muy romántica, refinada y sentimental, y Manuelita era trabajadora y fuerte como un hombre. Estas formas de ser de cada una habían sido un obstáculo para casarse, circunstancia que a ellas no les había impedido vivir tranquilas y felices en su casa, cercana a un río y a una montaña tras la que se ocultaba el bosque. Pero sus vidas cambiaron aquella “noche de mayo” en la que apareció, a la puerta de la casa, una cesta con un niño recién nacido. Se trataba de un niño abandonado del que se hicieron cargo para educarle según el carácter y las aficiones que tenía cada una de ellas. Así, a sus nueve años ya había sido instruido –dependiendo de la señorita a la que se acercara- para llegar a ser a la vez un hombre sabio, un romántico soñador y un trabajador responsable. De esa variedad de aprendizajes se aprovechó para organizarse “otra vida” en el desván donde se refugiaba en las horas de la siesta, un lugar en el que fue conformando, con los materiales que había por allí, un velero imaginado que bautizó con el nombre de Ulises, y desde el cual podía contemplar las maravillas que se extendían hacia el horizonte. Entre ellas le sobrecogía y fascinaba a la vez la visión del Campo de los Penados, de donde un día se escapará uno de los presos para convertirse, gracias al niño, en el polizón del Ulises.
            Ana María Matute, que con esta obra ganó en 1965 el Premio Lazarillo de Literatura Infantil, utiliza toda su maestría literaria para atrapar al joven lector en una historia llena de imaginación y de aventuras, en la que un muchacho siente cómo se va haciendo más alto, más sabio y más fuerte.


(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 12 de abril de 2014)

martes, 25 de marzo de 2014

Puro placer de formas


OFICIO DE LECTOR
J.M. CABALLERO BONALD
Seix-Barral. Barcelona, 2013 (606 p.)


           
¿Se puede concebir el acto de leer como un oficio, una dedicación, una entrega o un empeño más allá de su consideración como mero pasatiempo o como vehículo para alcanzar las formas de placer sensitivo o intelectual que puede suscitar la lectura? Así es si uno se dedica a ello profesionalmente, si se es editor, corrector de pruebas, profesor de literatura, librero, traductor, crítico literario o escritor, y aún así muchos de los que se dedican a alguna de estas labores leen sólo motivados por la propia obligación que deben tener con el ejercicio de su ocupación si de ella pretenden obtener beneficios. Como en la célebre novela de Unamuno, ¡cuántos feligreses de la parroquia literaria son ateos de la literatura! Así, no es raro encontrar editores que sólo están atentos a la cuenta de resultados, profesores encadenados al temario, libreros que sólo pretenden vender mercancía, críticos literarios que no leen nada más que las solapas de los libros que reseñan o escritores que se vanaglorian de desconocer a los clásicos. Por eso, la concepción de la lectura como un oficio no debería dejarse sólo en manos de los asalariados del gremio, ni siquiera de la minoría de letraheridos que obsesivamente desempolvan ejemplares en las librerías de viejo, sino que se debería extender a todo el que aspire a tenerse por un lector atento, aquel que, como dice Joseph Conrad, se ocupa de escribir la otra mitad de la mitad del libro que ha escrito el autor.
Partiendo de este aforismo, en “Oficio de lector” (Seix-Barral, 2013) José Manuel Caballero Bonald alza su voz poética para expresar la “obstinada idea de que es el lector quien justifica la literatura”, que sólo el protagonismo del lector puede lograr que las palabras ocupen un espacio mayor que el que convencionalmente les corresponde. Tarea que se complementa con el irrenunciable objetivo del escritor, que no debe ser otro que crearse un lector propio, lo que significa, en palabras de Wordsworth, que cada poeta debe crear “el gusto mediante el cual puede ser comprendido”.
Con este libro que reúne “una serie de comentarios sobre libros que he leído en días y ocasiones muy dispares”, Caballero Bonald ha elaborado una personal historia de la literatura, un brillante ejercicio práctico sobre crítica literaria y una cumplida expresión de sus postulados estéticos.
Una suerte de autobiografía literaria o de manual propio de literatura se revela en la nómina de escritores –la mayoría del siglo XX y en lengua castellana- que ha designado para dedicarles sus comentarios. Muchos de ellos pertenecen al Olimpo en el que se encuentran sólo los elegidos, como son Cervantes, Góngora, Quevedo, Dostoievski, Juan Ramón, Lorca o Antonio Machado. A ellos dedica páginas en las que demuestra la consabida máxima que afirma que un autor clásico es aquel del que todavía no se ha agotado todo lo que se puede decir. Así, la obra de Góngora y Quevedo –representantes aquí del Barroco- “no sólo añade frenéticos adornos a la serenidad artística del Renacimiento, sino que oculta, escamotea la realidad en que se apoya”. Otros escritores a los que se refiere están sin duda en cualquier recopilación histórica que se precie, entre ellos por ejemplo, Bécquer, Clarín, Camus, Rulfo, Onetti o los miembros de la Generación del 27 y del Grupo de los 50. Pero ya es más raro poder ver reseñas de autores considerados minoritarios (Fernando de Herrera, Olga Orozco o Eduardo Cote) u otros directamente vinculados en nuestra memoria a otras artes (Picasso u Oteiza). Por ello es de celebrar que Caballero Bonald nos “descubra” o resalte las cualidades artísticas de ciertos autores orillados en la canónica historia de la literatura (Gabriel Miró, Gil-Albert o Carlos Edmundo de Ory).
A pesar de que no están todos los que son, cuestión por otra parte que no se debe tener en cuenta en un trabajo que se presenta como estrictamente de gusto personal, Caballero Bonald ha realizado un estudio práctico de crítica literaria imprescindible para todo aquel que quiera profundizar en las claves de la obra de estos escritores y de paso hacer un recorrido por la historia –sobre todo la más reciente- de la literatura en lengua castellana, demostrándonos además que, como dice Gil de Biedma, “la crítica literaria no es sino una variedad del arte de escribir y que el efecto estético es tan principal en ella como en cualquier otro género de literatura”.
A través de los autores que analiza, Caballero Bonald, asumiendo que “nadie juzga sino desde el catálogo de sus gustos o sus apegos culturales”, va precisamente mostrando sus propias preferencias estilísticas y su concepción artística de la literatura asentada en la prevalencia del lenguaje, en el valor de la palabra como iluminación que indaga en las sombras de la realidad, alcanzando con ello una significación que va más allá de lo convencional al lograr asomarse a algún “secreto resquicio de la razón”. Así, sus postulados están próximos al “puro placer de formas” del Barroco, al “principio de contradicción” expresado por el Romanticismo, a las “afinidades ocultas entre lenguaje y pensamiento” que propone el Simbolismo o a “la recreación lingüística de la realidad” en la que ha profundizado el Surrealismo, movimiento artístico que para Caballero Bonald supone “la gran conquista estética del siglo XX”.

(Publicado en la revista digital LITERARIAS el 24 de marzo de 2014)



sábado, 15 de marzo de 2014

La fantástica vida de los juguetes


El cascanueces
E.T.A. Hoffmann
Ilustraciones: Éric Puybaret
Editorial Edelvives. Zaragoza, 2013


            E.T.A. Hofmann (1776-1822), jurista de profesión, fue un polifacético autor romántico que ejerció con desigual fortuna las artes de compositor, dibujante, pintor, cantante y, por supuesto escritor, actividad con la que logró alcanzar más significación posterior gracias a su influencia sobre escritores de la talla de Victor Hugo o Edgar Allan Poe. Como músico compuso para teatro, sinfonías y ballets, además de su propia ópera Ondina a partir de un libreto basado en un cuento fantástico. En su labor literaria destacan las novelas cortas que fueron reunidas en los dos volúmenes de sus “Piezas fantásticas” (1815) y la novela “Los elixires del diablo” (1816). La doble faceta de Hoffmann como músico y escritor se vio recompensada en 1951 con la adaptación a la ópera de “Los cuentos de Hoffmann”. Asimismo, el ruso Tchaikovsky compuso en 1892 la música para el célebre ballet “El cascanueces”, cuyo libreto se basa en el cuento que nos ocupa.
            La adaptación de la obra de Hoffmann “El cascanueces y el rey de los ratones” que nos presenta la editorial Edelvives en una deliciosa edición ilustrada por las siempre imaginativas estampas de Éric Puybaret, acerca con fidelidad y acierto este cuento clásico a los jóvenes lectores. El argumento parte de un día de nochebuena, en el que el señor Drosselmeier, padrino de los niños Marie y Fritz, hace un montón de regalos a los chicos para celebrar como cada año tan señalado día. Entre ellos se encuentra un gran palacio de juguete, habitado por unas figurillas que se asemejan a los niños, a los padres y al propio Drosselmeier. Pero Marie se fija en un extraño personaje de madera con un uniforme pintado sobre su cuerpo y cuyos ojos, dientes y mandíbula inferior destacan por su enorme tamaño. Drosselmeier le muestra a la niña cómo el muñeco es capaz de cascar nueces con su gran boca accionando una palanca que lleva en la espalda, pero entonces Fritz coge el hombrecillo y rompe los dientes del cascanueces al intentar partir una nuez que no cedía. Marie se enfada y, cuando todos se han ido a dormir, se lleva a su figurilla herida para cuidarla en la vitrina del salón. De pronto, aparecen por todos los lados unas misteriosas sombras que se acercan a Marie hasta que comprueba asustada que se trata de ratones, cientos de ratones capitaneados por el Rey de los ratones, quien le dice a la niña que están allí para comerse todos los dulces de la casa. En ese momento de la vitrina salen los juguetes que mandados por el Cascanueces forman un ejército que logra vencer y echar de la habitación a todos los ratones. El Cascanueces ofrece a Marie su victoria y la invita a visitar su lejano país montada en un trineo que surca el firmamento nocturno.
            Aquí parece acabar este cuento de hadas, pero sigue la fantasía en la realidad o en el sueño de la niña, en la historia que le contará el señor Drosselmeier sobre un reino lejano, donde aparece un antepasado del padrino con un sospechoso parecido al cascanueces de juguete.
El cascanueces es buena muestra de los cuentos de Hoffmann, caracterizados por estar envueltos en un halo extravagante y sobrenatural, donde lo irracional, unido al sobresalto y al misterio típico del Romanticismo, se combina con un cierto realismo cotidiano que logra imprimir a su obra las dosis precisas de desasosiego para deleite y susto del lector.



(Publicado en el suplemento Culturas de  El Comercio y La Voz de Avilés. 15 de marzo de 2014)


lunes, 3 de marzo de 2014

El sobrino de Wittgenstein (Thomas Bernhard)

El sobrino de Wittgenstein
Thomas Bernhard
Anagrama. Barcelona, 2010 (144 p.)




            Este libro de Bernhard bien pudiera ser otra entrega más de su autobiografía, ya que cuenta su vida y existencia con Paul, el sobrino de Wittgenstein, el famoso filósofo. Su mejor amigo, Paul, según dice Bernhard, con el que convivió en el mismo sanatorio, en dos edificios o alas o espacios distintos, el de los locos donde estaba Paul y el de los tuberculosos en el que se hallaba Thomas, el sanatorio donde los psiquiatras ejercen como los “verdaderos demonios de nuestra época” (p. 14). El camino de Bernhard, entre los médicos que le atendían en el pabellón de los tuberculosos, no era otro “que el camino de los que la muerte se ha llevado ya” (19), pero sin permitirse la rebeldía, la impertinencia y la obstinación con el tiempo, que “debilitan el organismo de una forma realmente letal” (24), dejándose llevar por la tuberculosis, haciendo de la tuberculosis su “fuente existencial para toda la vida” (32), igual que Paul ha vivido e interpretado el papel de tuberculoso y lo ha explotado para su arte. Sólo que Paul “tiraba ininterrumpidamente por la ventana (de su cabeza) su riqueza mental” (35) y cuanto más la tiraba más aumentaba esa riqueza en su cabeza, característico de los personajes que están locos, pero no había publicado como su tío Ludwig, que era el publicador de su filosofía, mientras que Paul era el “no publicador nato de su filosofía” (91), siendo los dos, cada uno a su manera, grandes pensadores, estimulantes y obstinados y subversivos, de su época, y no sólo de su época. Semblanza del sobrino de Wittgenstein, en el marco de la odiada Viena de los cafés odiados, el teatro odiado, los premios oficiales odiados, y perfil de Bernhard, que gusta de leer los periódicos franceses e ingleses, no alemanes ni mucho menos austriacos, que evita la literatura porque así “me evito a mí mismo” (123) y por eso se prohíbe los cafés literarios frecuentados por sus iguales, y que quiere estar siempre donde no está, “allá de donde acabo de huir” (124), ser feliz sólo entre los lugares de donde se marcha o a los que va.