Uno se va para volver. El viaje
de ida es esperanzado, mantiene en perspectiva la promesa de lo porvenir, pero
el de vuelta es costumbre, confianza en la llegada a lo ya conocido. El de ida
es duda, el de vuelta es certeza. Y los dos son importantes. Imprescindibles,
como el pescador que al amanecer se echa con su barca al mar con la esperanza
de hacer una buena captura, para después volver con la seguridad de atracar de
nuevo su barca en el muelle. Entre lo imprevisto y la rutina se mueve la vida.
Entre lo desconocido y lo acostumbrado, entre lo distinto y lo habitual, entre
la extrañeza que nos despierta el asombro y la ordinaria sucesión de los días
encontramos el camino necesario para vivir. Pero, al igual que en el viaje
también hallamos momentos de serenidad y de apaciguamiento, en la cotidianeidad
de este septiembre que comienza mantendremos la ilusión que deben despertar
todos los días por venir. Nos acompañarán las puertas que se abren, los
corazones que se abren, las bibliotecas que se abren, los libros que se abren
para contarnos una y otra vez que nadie vuelve nunca al mismo sitio después del
viaje.
(Publicado en el Boletín Sáhara Bubisher en septiembre de 2024)
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