“Dios sabe si hay Dulcinea
o no en el mundo, o si es fantástica o no es fantástica; y éstas no son de las
cosas cuya averiguación se ha de llevar hasta el cabo” (Quijote, II, 32). En esta
respuesta que don Quijote da a la Duquesa no está sólo una de las claves de la
grandísima novela de Cervantes, sino más aún de toda la literatura, pues nos
revela que no importa que lo contado sea real o ficticio, innegable en la
auténtica experiencia que tenemos del mundo o engañoso siguiendo el vuelo alado
de la imaginación. Los relatos, tanto orales como escritos, están llenos de
referencias reales y de invenciones concebidas por la propia capacidad de
nuestra mente creativa. Posiblemente, en los primeros relatos de los homínidos
alrededor de la lumbre, se mezclaba la experiencia cotidiana con fragmentos
inventados para lograr que lo contado fuera más atractivo, misterioso o
fascinante. Lo mismo ocurre con las historias que se siguen contando bajo el
cielo estrellado del desierto o se leen en el interior de las bibliotecas o las
jaimas. Por tanto, lo de menos es -como bien dice don Quijote- que nos
detengamos a averiguar la cualidad auténtica o fantástica de lo que contamos,
sino que sea la propia verosimilitud de lo narrado dentro de la propia historia,
lo que verdaderamente “cuente” en el ánimo atento del escuchante o lector.
(Publicado en el Boletín Sáhara Bubisher en agosto de 2024)
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