Marcelo Matas de Álvaro
Como estaban
confinados en sus casas debido al estado de alarma decretado por el Gobierno de
la nación, los tertulianos de la cafetería el Siglo decidieron llevar a cabo de
forma virtual la reunión que solían hacer todos los jueves en el café. Siempre
eran cinco participantes, número impar por si se daba la circunstancia de que
debieran desempatar en una de las disputas en las que a veces se encallaba la
conversación. Pero en la virtualidad del coloquio mediante videoconferencia sólo
eran cuatro, porque don Primitivo, tan reacio no sólo al uso de las llamadas
nuevas tecnologías sino en general renuente a todo lo que pudiera asociarse a
un progreso que, según él, no servía más que para deshumanizar al hombre, no quiso
prestarse a una reunión en la que no estuvieran presentes en carne y hueso sus
compañeros de tertulia. Los cuatro que se habían convocado por medio de sus
respectivas pantallas eran tres hombres y una mujer, quien no ocupaba la plaza
por ninguna cuota femenina tan en boga en los últimos tiempos, sino por su
consabida habilidad dialéctica, sin duda producto del profundo conocimiento que
le otorgaba ser la catedrática de Lógica y teoría de la argumentación de la
Facultad de Filosofía. A doña Eulalia se unían don Restituto, hacendado de
reconocida probidad y recto proceder, don Benigno, antiguo sacerdote que había
decidido desplegar la bondad de sus virtudes en la vida civil, y don Justo,
juez jubilado que ahora se conformaba con dictar las sentencias al reducido
círculo de sus contertulios.
Ilustración de Daniel Castaño |
La actualidad
siempre mandaba y en esta ocasión, con todo el país en estado de alarma por la
epidemia del coronavirus, la conversación se vio forzada a transcurrir por los
consabidos derroteros de la emergencia sanitaria, el obligado confinamiento, la
falta de libertades en las sociedades democráticas, las consecuencias
económicas y sociales, las inevitables derivadas políticas, en fin, por todos los
grandes asuntos sobre los que giraban las noticias en torno a la pandemia. Pero
sin saber cómo, tan doctos tertulianos se vieron de pronto abocados a bajar al prosaico
terreno de tener que dilucidar las motivaciones, enigmáticas donde las haya,
que en esos días llevaba a la gente a apropiarse, además de otros productos de
primera necesidad, de ingentes cantidades de papel higiénico. Para abordar tal
misterio pegado a las pedestres costumbres del pueblo llano, no tuvieron más
remedio que elevar sus razonamientos hasta intentar formular una aproximada
teoría del papel higiénico.
- En
mi pueblo se decía en tono jocoso “Embarrado te veas y el agua lejos”. Bueno
–se justificó don Restituto-, no se decía precisamente “embarrado”, sino otra
palabra más vulgar y próxima a lo que estamos debatiendo. Pero en estos tiempos
la gente ya no se limpia con agua después de hacer de cuerpo, sino que es de
uso generalizado el papel higiénico. Por ello, temiendo largas jornadas de
confinamiento, se previene la negra posibilidad de encontrarse embarrado y no
encontrar el modo de limpiarse. A este razonamiento, claro está, se le podría
llamar Teoría del embarrado.
- Efectivamente
–apuntó risueña doña Eulalia-, se trata de un refrán que puede aplicarse a la
dificultad de encontrar un asidero al que agarrarse en las situaciones
comprometidas. Igualmente también tiene que ver con la escasez, lo que conlleva
la urgencia de acaparar bienes de primera necesidad antes de que se agoten,
considerando además que se debe uno aprovisionar de productos no caducos. Yo lo
llamaría la Teoría de la celulosa.
- Hablando
de celulosa –terció don Justo-, seguramente los chinos, como ocurre con todos
los bienes de consumo, son los mayores productores de celulosa del mundo. De
manera que no sería raro que hayan enviado primero el mal, es decir, el virus,
y después el remedio, en este caso el papel higiénico, indispensable para el
confinamiento. Esa, como sucede con todas las crisis, es la Teoría de la
conspiración.
- Siguiendo
con los chinos –concluyó don Benigno esta primera ronda de intervenciones-,
corre por ahí la especie según la cual fueron unos chinos, quienes, debidamente
organizados, empezaron a llevarse a raudales el papel higiénico de los
supermercados para que el resto de consumidores, movidos por el pánico, los
imitaran llenando sus carros compulsivamente. Es la Teoría de la imitación.
A partir de
esa primera aproximación al debate, cada tertuliano va desarrollando, en la
pantalla del ordenador cuarteada a partes iguales, los diferentes argumentos
para apoyar la teoría que ha postulado. Después de enfrentarse a las diversas
explicaciones, premisas y consideraciones y de haber transcurrido el tiempo que
habitualmente siempre se conceden para llegar a una conclusión acordada por
todos, esta vez los contertulios resuelven que, debido a la imposibilidad de
armonizar posturas, el debate se queda ahí, alcanzando tan solo a formular de
forma tácita la Teoría de la mera excusa para ir entreteniendo la vida.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 22 de mayo de 2020)
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