Cien años de Juan
Eduardo Zúñiga
Marcelo Matas de Álvaro
(Publicado en la revista "Estudios Bejaranos". CEB - Béjar, 2019. nº 23)
“Qué larga es la calle
de la vida.
Qué secreta es la calle
de los años”
Recuerdos de una
vida
Juan Eduardo Zúñiga |
Traemos
a estas páginas al escritor Juan Eduardo Zúñiga por tres razones. La primera es
porque, a pesar de no haber nacido en Béjar, tiene profundas raíces en nuestra
ciudad. La segunda se debe a que tenemos la inusual fortuna de poder celebrar,
cuando aún está vivo, el centenario de su nacimiento. Y la tercera es que, como
iremos viendo, se trata de un extraordinario escritor. Estos motivos nos
llevarán a trazar primero un apunte biográfico y después una aproximación a su
trayectoria literaria analizando, por medio de breves reseñas, todas sus obras
publicadas.
Apunte biográfico
Antecedentes bejaranos
El
acercamiento a su biografía exige detenernos primero en una breve semblanza de
sus antepasados bejaranos más cercanos. Para ello nos serviremos de los imprescindibles
artículos Juan Eduardo Zúñiga, maestro de
la literatura, publicados por Óscar Rivadeneyra en dos números de Béjar en Madrid en agosto de 2014.
Después de afirmar que a través de su apellido podemos “vislumbrar las razones
genéticas de una vieja tradición familiar alrededor de la literatura que ha
fraguado en Juan Eduardo Zúñiga como su último vástago", el autor nos
presenta a Toribio Zúñiga Sánchez-Cerrudo (Béjar, 1886 – Madrid, 1969), padre
de nuestro escritor centenario. A juicio de Rivadeneyra, Toribio Zúñiga “es el
más ilustre de los bejaranos del siglo XX”, convencimiento sustentado en que
fue el “creador de la moderna farmacología española” y que como doctor en
farmacia contribuyó a la fundación de la Real Academia, institución de la que fue
su primer presidente y secretario perpetuo. Junto a diversos “títulos, honores
y condecoraciones", también fue
Toribio Zúñiga Sánchez-Cerrudo |
Juan Eduardo Zúñiga Amaro
Centrándonos
ya en el escritor que nos ocupa, señalamos que Juan Eduardo Zúñiga Amaro nació
el 24 de enero de 1919 en Madrid. Según cuenta en su último libro publicado -Recuerdos de una vida, una suerte de
memorias que el propio autor describe como “escenas sueltas” de su biografía-,
a los siete años tuvo que permanecer en cama durante varios meses debido a una
afección pulmonar, lo cual supuso un “período de iniciación a la vida que le
esperaba”, convalecencia que el propio Zúñiga relaciona con la vocación
literaria de otros escritores. Así, la soledad unida a cierta debilidad física
fue conformando la “actitud vital de quien se asoma a la ventana” para
convertirse en “avaro captador del mundo visible”, con el añadido de que
precisamente en esa época comenzó su afición a la lectura, sobre todo de las
novelas de aventuras de Salgari y Verne.
Otra
“escena” que se revelaría como fundamental para su posterior vocación ocurrió a
los trece años, cuando halló un folleto en el jardín nevado de su casa. Era de
una editorial que se anunciaba con la novela Nido de nobles, de Iván Turguéniev. A partir de la lectura de esta
obra se inició su amor por la literatura rusa -y más tarde por las literaturas
eslavas-, atraído por el deseo de conocer su vasto territorio, su lengua y la
vida de sus escritores, sobre todo de los grandes autores del siglo XIX que le
permitían “una visión romántica que me sustraía a mi propia realidad”. Como
iremos viendo, esta pasión, que se fue conformando como una “rara aventura
intelectual”, tendría eco en su posterior producción literaria en forma de
ensayos, traducciones, ediciones, artículos, reseñas, prólogos a las obras de
algunos de estos autores e incluso una especie de guía-ensayo con el libro Sofia (1990) dedicado a la capital
búlgara.
Igualmente
determinante para su obra fue la “terrible” experiencia de la guerra civil,
vivida durante sus tres años en el asedio de Madrid, donde sufrió, como el
resto de los vecinos, los destrozos de las viviendas y las calles, la escasez
de alimentos, los peligros de los bombardeos y la persecución política.
Atravesó esos tres años, de los que pasó más de uno sin poder salir de casa por
carecer de documentación, “bajo una presión negativa que me aportó bien poco,
salvo la crisis de ideas que vino a modificar las que había recibido del
pensamiento paterno”. Ese cambio ideológico -al que se refiere también el
artículo de Ribadeneyra al señalar el choque de las ideas más abiertas del
joven Juan Eduardo con las de don Toribio, un “caballero monárquico, religioso
y conservador”- derivaría en los años de la posguerra en la asistencia a
tertulias literarias, encuentros y reuniones clandestinas con otros escritores
de su generación, algunos destacados autores del social-realismo más
comprometido políticamente, como Antonio Ferres, Armando López Salinas, Jesús
López Pacheco o José María de Quinto. Esa vinculación ideológica le llevaría a
militar en el PCE desde 1958 hasta 1964.
En
1938, cuando tenía 19 años, fue llamada su “quinta” para el reconocimiento
médico previo al envío de los jóvenes soldados a la trinchera. Su “lamentable
delgadez y las gafas” hicieron que se librara de ir al frente y fuera declarado
para “Servicios Auxiliares”, circunstancia que más tarde inspiraría su primera novela,
escrita bajo el expresivo título de Inútiles
totales.
Estudió
Bellas Artes y Filosofía y Letras, especializándose en lenguas eslavas. Publicó
su primer artículo en 1943 en la revista El Español, expresando su
opinión –según el propio Zúñiga, “poco autorizada”- sobre la relación entre
Turguéniev y la cantante Pauline Viardot, y el primer relato titulado Marbec
y el ramo de lilas en 1949 en la revista Insula. A partir de ahí fue
publicando cuentos en diversas revistas literarias –Índice de Artes y Letras, Acento, Triunfo o Sábado Gráfico-, lo cual ya anticipa su preferencia por el relato
corto como género literario, convencido de que “es una réplica de su
discontinuidad de acontecimientos en la vida, de la brevedad de los periodos
diarios de una persona”, aunque también lo justificara de manera irónica aludiendo
a que el cuento “tiene la medida de mi respiración”. Como hemos apuntado, fue
aficionado a las tertulias que en los primeros años de la posguerra se
celebraban -”con la natural vigilancia policiaca”- en distintos lugares de
Madrid –Café del Prado, Los Cocodrilos, el Café Universal, El Gato Negro, el
Café Royal…-, pero a partir de 1946 fue asiduo de la tertulia que se reunía los
sábados en el café Lisboa de la Puerta del Sol. A ella acudían, entre otros, el
editor Arturo del Hoyo, el crítico literario José Corrales Egea o los
escritores Francisco García Pavón y Antonio Buero Vallejo. Se leían los propios
textos, se intercambiaban opiniones literarias y se prestaban libros que
estaban prohibidos.
Juan Eduardo Zúñiga Amaro |
Después
de la autoedición en 1951 de la novela corta Inútiles totales, en 1962 publicó El coral y las aguas, galardonada en 1959 por la revista Acento
Cultural del SEU, pero, tal vez por tratarse de una alegoría alejada del
realismo testimonial de la época, no fue valorada en toda su importancia y
significado por la crítica de entonces. Su pasión por la literatura rusa, le
lleva en 1977 a publicar el ensayo Los imposibles afectos de Iván
Turguéniev, un documentado relato
biográfico que supuso una rara aparición en las letras españolas del
posfranquismo. En 1980 publica la colección de cuentos Largo noviembre de Madrid, primer
volumen sobre la guerra civil que con los años conformaría su celebrada Trilogía. A partir de ahí, como iremos
viendo cuando repasemos cada una de sus obras, continuó publicando ensayos,
novelas, colecciones de cuentos y hasta un pequeño libro de memorias.
En 1956 se
casa con la también escritora y editora Felicidad Orquín, con quien tuvo una
hija. Además de otros reconocimientos por algunas de sus obras, en 1987 recibió
el Premio Nacional de Traducción por la versión castellana de las obras del
escritor portugués Antero de Quental y en 2016 el Premio Nacional de las Letras
Españolas al conjunto de su obra.
Vinculación con Béjar
A
pesar de que sólo hemos encontrado una referencia a Béjar en su obra
-precisamente en Recuerdos de vida-, este apunte es lo suficientemente
significativo como para que pensemos que al menos durante su infancia y
juventud no serían raras las periódicas visitas de Juan Eduardo Zúñiga a Béjar,
teniendo en cuenta además la estrecha vinculación de su padre con nuestra
ciudad, cuya prueba más visible es la cofundación y dirección del semanario Béjar
en Madrid. Al final del primer capítulo -titulado La calma es mi libro- de
ese breve libro de memorias Zúñiga escribe: “Había acabado la guerra civil. Era
1939. Fui al pueblo de mi familia, en la provincia de Salamanca, y una mañana
en la oficina de correos entablé conversación con una joven desconocida, de la
que luego me contaron que era hija de un maestro comunista que había sufrido
cárcel y persecución”. La cotidianeidad que expresa esta escena, a pesar de las
terribles circunstancias que se vivían al inicio de la posguerra, indica que
era habitual que el joven Juan Eduardo se paseara por las calles de nuestra ciudad.
A
esta vinculación también se refiere Ribadaneyra en los artículos citados,
cuando afirma “la relación con Béjar que nunca ha olvidado nuestro escritor,
“maestro de la literatura”. Primero en sus escritos en Béjar en Madrid y
después con la difusión de la colección fotográfica que de la Béjar antigua
había recopilado su padre, y que Juan Eduardo ha cedido para diversas
exposiciones tanto en nuestra ciudad como en Salamanca.”
El escritor secreto
Además
de haber sido calificado por la crítica literaria más exigente como “magistral
narrador” (Constantino Bértolo, 1990); autor que “compagina los dos aspectos
profundos de la producción y la creación de la literatura” (Rafael Conte, 2003);
“Uno de los autores españoles que mejor plasma compromiso y literatura”
(Winston Manrique Sabogal, 2008); defensor de una “cultura basada en la ética y
en la dignidad humana” (Víctor Andresco, 2010); “su obra es comparable a la de
todos los grandes moralistas” (Gustavo Martín Garzo, 2011); “alguien que, como
pocos, merece el calificativo de maestro” (Eloy Tizón, 2017); supuso la
“vanguardia de la posguerra (…) desde el punto de vista político tanto como
estético” (Ignacio Echevarría, 2019); “uno de los mejores escritores de cuentos
de la segunda mitad del siglo XX y de las primeras décadas del XXI” (Luis
Beltrán Almería y Ángeles Encinar, 2019); se ha destacado cierta invisibilidad
en la obra y la persona de Juan Eduardo Zúñiga. Así, se ha afirmado que es “un
escritor tan ineludible como casi secreto” (Miguel García- Posada, 1995); “Un
escritor secreto que es dueño de una de las obras más importantes de nuestra
literatura contemporánea” (Luis Mateo Díez, 2003); “Ha sido un escritor al
margen en una literatura donde abunda mucho más la previsibilidad y ha
permanecido ajeno a los medios de sociabilidad literaria” (José-Carlos Mainer, 2010).
El propio Zúñiga en una entrevista en el diario El País en 1992 afirmaba que
“no soy combatiente en esos círculos de literatos”. Es posible que ese
secretismo voluntario -Manuel Longares, amigo de nuestro escritor, en un artículo
precisamente titulado El escritor secreto
(2019) alude a que Zúñiga siempre ha estado “decidido a que nadie supiera de su
existencia literaria sino cuando el lector accediese a su obra porque sí, sin
pretensiones comerciales o publicitarias”- sea la causa, junto a la desidia de
cierta crítica poco atenta a la calidad de sus primeras producciones, de que
Zúñiga no haya obtenido hasta hace tan solo unos pocos años el reconocimiento
que la calidad de su obra merece.
Breves reseñas de sus obras
Inútiles totales
Como
hemos dicho anteriormente, la propia experiencia de Zúñiga cuando fue declarado
“inútil” para acudir al frente en plena guerra civil le inspiraría años más
tarde la novela corta Inútiles totales, autoeditada en 1951 y no vuelta
a reeditar hasta este año en que se celebra el centenario de su nacimiento. El
tinte autobiográfico que ya se percibe en la misma gestación de la novela se
hace visible en la propia caracterización de Cosme, personaje que comparte protagonismo
con Carlos, ambos unidos por la condición de ser considerados “hombres a
medias” por una sociedad necesitada de jóvenes capaces de luchar en las
trincheras. A Cosme se le describe como “un tipo anémico y alto (...). Tenía gafas”,
rasgos coincidentes con los de Zúñiga. A ello se unen otras características del
autor, como son su afición por el arte y la literatura. La amistad de los dos
jóvenes se trunca en la segunda parte de la novela, cuando aparece una mujer
que será motivo de disputa y causa de la ruptura entre los dos amigos. En el
Madrid asediado de la guerra, los dos protagonistas certifican la condición de
su “inutilidad total” resumida en su doble incapacidad para la guerra y para el
amor. A este modelo del “hombre inútil” -un “dandy de la alta sociedad”- se
refiere Zúñiga en su estudio sobre la vida y la obra de Iván Turguéniev, quien
a su vez toma el arquetipo de Aleksander Pushkin, autores ambos que tanto
influyeron en su vocación y trayectoria literaria.
El coral y las aguas
Publicada
inicialmente en 1962 y no reeditada hasta 1995, El coral y las aguas es
una novela singular en la trayectoria literaria de Zúñiga. Alejada de los
postulados realistas a los que acostumbraba la literatura española de mediados
del siglo XX, esta novela se sitúa en la Grecia de Alejandro Magno para, de
forma alegórica, representar la decadencia de la sociedad en la que habitaba el
autor. De ahí que, a pesar de no servirse expresamente de los mecanismos de la
novela realista para hacer la consabida crítica a la sociedad -a la injusticia,
la represión y la miseria- de entonces, se hace evidente la alusión de esta
ficción a aquella realidad. Así, cualquiera puede identificar a los tiranos,
que “deberían temblar ante dos hombres que hablen de ellos con tranquilidad y
reposo”; a “la ciudad en ruinas que quedaba a sus espaldas”; o a la patria que
tenemos derecho a conquistar según los deseos de “nuestro corazón”. Pero el
elemento alegórico esencial es precisamente el que hace referencia al título de
la novela, el coral -”una planta tierna cuando estaba debajo del agua”- resiste
la fuerza del mar y va creciendo lentamente hasta que al salir a la superficie
“toma la dureza de una piedra y se convierte en una alhaja”. Así, el secreto de
lo sumergido e ignorado -vale decir de lo resistente ante las hostilidades del
mundo- emergerá con la fuerza de lo nuevo -vale decir también con la lucha como
la única esperanza para que sea posible la creación de una sociedad distinta-.
El simbolismo de esta novela ambientada en la antigua Grecia de los mitos, las
profecías y los enigmas que trasmitían ciertas narraciones orales, exigía un
lenguaje poético que pudiera desplegar esa suerte de realismo metafórico que se
propuso el autor. Estilo que se plasma en imágenes deslumbrantes como “la mujer
acabó por esfumarse en un vuelo de luciérnagas azuladas”.
Las inciertas pasiones de Iván
Turguéniev
Este
ensayo, publicado en 1977 con el título Los imposibles afectos de Iván
Turguéniev y reeditado en 1996
bajo el nuevo nombre de Las inciertas pasiones…, es una
aproximación a la biografía y a la obra del gran escritor ruso. Sin duda, la
admiración de Zúñiga por Turguéniev está en el origen de esta especie de homenaje
al escritor que le “abrió, en edad muy temprana, el camino del mundo
literario”. Uno de los mayores méritos del libro, además de fluir mediante una
prosa limpia y precisa, es el rastreo de las huellas que indican la vinculación
de ciertos aspectos de la vida de Turguéniev con sus obras. Así, la presencia
de una madre “tiránica que personifica las formas dictatoriales que rigieron
toda la vida de Rusia” y de un padre severo, frío y lejano, hacen que el joven
Iván buscara “refugio en la naturaleza o en el jardín (donde) proyectó su
incertidumbre o su melancolía en la diversidad de los elementos naturales, que
vinieron a reflejarse en su propia vida interior”. Esa falta de afecto en la
infancia y el ambiente de desavenencia familiar se refleja en pasajes de su
novela Primer amor y seguramente determina
su “personalidad introvertida y compleja”, con tendencia a la ingenuidad, la debilidad
y el fatalismo. Zúñiga centra parte del ensayo en la relevancia que tuvo la extraña
relación de Turguéniev con la cantante de origen español Paulina Viardot, pues aparte
de que esta incierta pasión le llevara
a convivir largas temporadas con ella y con su marido en su residencia francesa,
tan singular vínculo inspiraría ciertas caracterizaciones femeninas y
situaciones amorosas de algunas de sus obras. Igualmente, como cabría esperar,
el ambiente de sus novelas, cuentos y obras de teatro son el reflejo del mundo
aristocrático al que pertenece, de manera que muchos personajes son fieles
representantes de esa sociedad, siguiendo así su convencimiento de que “No he
podido nunca crear nada que viniera sólo de mi imaginación. Para hacer un
personaje necesito a un hombre vivo”. Su ideología liberal, más próxima a una
aspiración reformista –basada en la labor educativa y sanitaria- que a un
fervor revolucionario, le haría posicionarse críticamente contra el régimen
zarista que albergaba una sociedad de carácter feudal. De ahí que, aparte de
apreciarse una actitud de denuncia en algunas de sus obras, se interesara por
la cultura y el tipo de sociedad más abierta que se estaba dando en occidente,
en especial en Francia, donde residió durante largas temporadas. Sus inquietudes
intelectuales y literarias le llevaron a relacionarse con los grandes autores
de la época como Maupassant, Flaubert, Tolstoi o Dostoievski, escritores con
los que a lo largo de los años mantuvo una copiosa correspondencia.
Este ensayo de
Zúñiga se presenta como imprescindible para conocer la relación entre la vida y
la obra del escritor ruso, paralelismo que se resume en el convencimiento de
que “gran parte de los argumentos de Iván Turguéniev no son más que la crónica
de un fracaso vital cuyas consecuencias se arrastran largos años como una grave
culpa”. El “atormentado mundo interior” de Turguéniev alumbró una obra
excepcional, cuyo lema, según Zúñiga, podría ser “El alma ajena es un bosque sombrío”,
expresión acuñada por el propio autor ruso.
La trilogía de la Guerra Civil
Bajo
este título se agruparon en 2011 tres libros de cuentos publicados
anteriormente: Largo noviembre de Madrid (1980), La tierra será un
paraíso (1989) y Capital de la gloria (2003. Premio de la Crítica y
Premio Salambó), con el añadido de dos nuevos relatos. Este volumen supone la
cumbre artística en la trayectoria literaria de Juan Eduardo Zúñiga, pues en él
se une de forma magistral la alta calidad estilística de la obra con la
profunda dimensión ética que se revela en cada relato y, por extensión, en el
conjunto de ellos. La unidad de la obra, en la que cada cuento puede concebirse
como un episodio de la historia general que narra la desolación de los
personajes en una ciudad -Madrid- asediada por la guerra y de las penalidades
sufridas en los primeros años de la posguerra, hace que pueda leerse como una
novela, una narración que, como hemos visto, surge de la “terrible” experiencia
del propio autor, condición que en este caso supone una garantía, más que la de
suscitar en el lector la mera verosimilitud de los hechos narrados, la de
asistir a la certeza de que aquello que se cuenta tiene el profundo valor de la
verdad. De igual forma, cada relato se puede leer como una metáfora total de la
guerra civil y de la posguerra, fatalmente habitadas por el dolor, el miedo, el
odio y la miseria como las trágicas consecuencias del conflicto bélico, pero
también por el amor como la única esperanza posible en medio de la barbarie.
En
la calidad estilística de estos cuentos, en la fuerza narrativa amplificada por
la magnitud abarcadora de la frase de Juan Eduardo Zúñiga, se puede reconocer
el largo palpitar, la continua expansión de la voz arrojada al centro del
estanque de Faulkner, pero también siguiendo la misma estirpe, el eco
cadencioso, tan agónico en el postergado final del párrafo, de Onetti, o ya en
España, se puede rastrear el cuidado por las palabras exactas de Baroja o la
voluntad de estilo elevado de Benet. Igualmente la dimensión ética nos revela
“los entresijos del alma humana” de Turgueniev, “la marca dolorosa de las
ilusiones frustradas” de Chéjov o el compromiso ético con los perdedores que
comparte con los escritores españoles de su generación. Para Luis Mateo Díez,
amigo y admirador de Zúñiga, esta obra es “la verdadera expresión literaria de
la contienda”.
En
este sentido, si hay un hilo que enhebra los relatos de esta trilogía y que a menudo
aparece en los textos como una letanía, es la inquietud de que lo ocurrido “en
estos meses tan negros” pueda permanecer en la memoria o sea pasto del olvido.
Así, en un relato de Largo noviembre de Madrid dice el narrador en
primera persona que “nada se olvida, todo queda y pervive. (…) Todo pervivirá:
sólo la muerte borrará la persistencia de aquella cabalgata ennegrecida que
fueron los años que duró la contienda” (Noviembre, la madre, 1936). En La
tierra será un paraíso la voz de un personaje inicia un cuento diciendo que
“Pasarán unos años y lo olvidarás todo, te quedará vacía la cabeza”, para
más adelante continuar con “lo que se vive apenas deja huella, todo pasa
velozmente y se esfuma como si la memoria fuera una lámpara que lentamente se
apagase” (La dignidad, los papeles, el olvido). En Capital de la
gloria un personaje cuenta que “pasarán unos años y olvidaremos todo esto y
lo que ahora vivimos nos parecerá un sueño: los bombardeos, los frentes, la
falta de comida, las traiciones: todo pasará” (Los mensajes perdidos).
En el último párrafo de uno de los dos nuevos cuentos que se incluyen en el
volumen de La trilogía otro personaje
dice que “pasarán unos años y olvidaremos todo, olvidaremos los bombardeos, las
casas destruidas, el hambre, las ilusiones y errores, y nos extrañará los pocos
recuerdos que guardamos. Lo que hemos vivido parecerá un sueño” (Invención del héroe). En otro cuento se
vuelve a repetir que “Pasarán años y olvidaremos todo, y lo que hemos vivido
nos parecerá un sueño, y será un tiempo del que no convendrá acordarse” (Ruinas,
el trayecto: Guerda Taro). Pero a Zúñiga sí le convino acordarse, de ahí
que el compromiso ético del escritor no sea otro que el de empeñarse en
rescatar “aquella cabalgata ennegrecida” de la inevitabilidad del olvido,
utilizando para ello el mecanismo de la ficción como la forma más profunda para
que la verdad de lo ocurrido permanezca en la memoria.
El anillo de Pushkin
Este
ensayo publicado en 1983 –y que junto a Las
inciertas pasiones de Iván Turguéniev se reeditó en 2010 en un volumen
titulado Desde los bosques nevados (galardonado
con el Premio Internacional Terenci Moix)- bien pudiera considerarse una
introducción o un pequeño manual para tratar de adentrarse, como quien pretende
internarse en su inabarcable geografía, en ese inmenso espacio literario
trazado por los escritores rusos. Dividido en cortos capítulos que, a modo de
pequeños ensayos, se van encadenando hasta formar una unidad con la que se
armoniza el sentido final de la obra, Juan Eduardo Zúñiga propone una “lectura
romántica de escritores y paisajes rusos”. Esa lectura romántica se apunta en
el prólogo como la “evocación de un entusiasmo juvenil” por personajes,
episodios, paisajes, historia, arte, costumbres y escritores de la literatura
en lengua rusa. Así, en cada capítulo cuenta, con una concisión y una profundidad
admirables, un aspecto que nos revela su particular homenaje a ese extenso
ámbito literario: La azarosa historia de la joya que pasa de un escritor a
otro, en la entrada El anillo de Pushkin; las ciudades de Moscú y San
Petersburgo como escenarios literarios, en Cabezas doradas; la belleza,
el desaliento, el amor, la resistencia y la soledad femeninas, en Mujeres
leídas, soñadas; la comunicación a un lector particular de pensamientos
reservados, en Mensaje confidencial; la voz cálida de los zíngaros, en Canción
gitana; Pedro I con su postura altanera y su corona de laureles en su duro
pedestal, en Una estatua en San Petersburgo; la falsedad de la
revolución idealizada, en Los rebeldes; enamoramientos juveniles o al
borde de la vejez, apasionados o ingenuos, en Los distintos amores; la
reivindicación del escritor, en Andreiev, terrible y olvidado; el
recuerdo escrito de Ehrenburg, Paustovski, Figner o Tolstoi, en Las memorias;
la permanencia en los corazones rusos de su gran poeta, en Pushkin: pervive
la poesía; vidas y novelas con conflictos familiares, en Padres e hijos;
la voz del fluir de los anchos ríos, en Lengua rusa; los huérfanos que
marchan a la par de la Historia, en Eterna cuna de Nikola Rubtsov; el
bosque como metáfora del alma rusa, en La tristeza, los campos; la
espesura interior de uno mismo, en Bosque sombrío; el joven idealista,
el viejo reaccionario, en El doble Dostoievski; la invención de la
propia muerte, en Lermontov: la pasión de morir. Una veintena de
capítulos que nos cuentan, con la precisa y elegante prosa de Zúñiga, “la vida
irremediablemente desaparecida que Pushkin, Turguéniev, Chejov y cientos de
otros escritores, han pintado con tanta exactitud”.
Misterios de las noches y los
días
Conjunto de
relatos (1992) que, a través de una prosa sutilmente destilada para hacer
posible el surgimiento de la emoción, nos revelan el temblor del misterio. Una
imaginación no desbordada por la fantasía exaltada y gratuita, sino contenida
en la cotidianeidad de las noches y los días, descorre la leve cortina que
aparentemente delimita la realidad para mostrar lo que se esconde al otro lado.
Es el descubrimiento de lo inexplicable, esa cualidad que torpemente atribuimos
a todo lo que no se ajusta a la vida pedestre y ramplona y que sin embargo
forma parte indisoluble de nuestro mundo ordinario, hacia donde nos lleva
Zúñiga en la lectura de estos relatos situados en la indefinición de un lugar y
un tiempo nunca expresados. En cada uno de ellos, titulados sólo con artículo y
sustantivo –“La esfinge”, “El jugador”, “La noche”…-, aparece la “materia”
misteriosa en el “espíritu” de la propia vida, pues es en la ilusionada mente
del personaje donde se presenta el deseo por el amor perdido, la pasión por
ciertas ausencias, el espectro de los dolores pasados, la sombra de la tristeza
por venir, el delirio de causas ajenas, el inevitable encuentro con la muerte…
En definitiva, el común, íntimo temblor que, como en un espejo, siempre refleja
la incomprensible realidad que nos circunda. “Sí, yo tenía que encontrar a
aquel autor de relatos en los que tan claramente se rompía el cerco destructor
de los prejuicios y se proponía la belleza del albedrío” (La esposa).
“Con una mano aterida quiso apartar la oscuridad que le rodeaba” (El perdón).
“Cerró los ojos para invocar lo que yo era y todo el cuerpo fue viento en una
llama” (El embrujo).
Flores de plomo
En
la introducción que escribió a una edición de Artículos sociales de Mariano
José de Larra (1967) ya se reflejaba la admiración de Zúñiga por el
escritor romántico, en cuya visión de la realidad española también se reconocía
nuestro autor -”Tú eres literato y escritor y ¡qué tormentos no te hace pasar
tu amor propio, ajado diariamente por la indiferencia de unos, por la envidia
de otros, por el rencor de muchos!”-. Seguramente esta afinidad con el
personaje -con el compromiso en su vida y en su obra- le llevó a publicar en
1990 Flores de plomo (galardonada con el premio
Ramón Gómez de la Serna de ese año) un conjunto de relatos que giran en torno
al suicidio de Larra. Esta unidad, como sucedía con otras obras anteriores,
permite que pueda concebirse como una novela en la que, además de suponer un
personal homenaje a Larra, se deja ver una crítica a la sociedad de ese tiempo,
de lo que sucedía en la política, en el palacio y sobre todo en la calle,
aquello que precisamente “motivaba sus artículos de crítica”. Pero también esta
obra es una celebración de la literatura, un alarde de lo que se puede hacer
novelando la circunstancia de la muerte de un escritor, mediante estampas de
los momentos significativos de los últimos días, yendo atrás y adelante -hasta
llegar a hacer en el último relato de la obra una analogía con el suicido del
escritor Felipe Trigo sucedido en 1916- en el tiempo narrativo, como si la
muerte de Larra hubiera sucedido ya, pero también esté a punto de acontecer o
no vaya a ocurrir nunca. Y todo a través de la prosa de largo aliento con la
que Zúñiga nos vuelve a revelar que la belleza del lenguaje -expresada ya en
las primeras líneas del relato: ”Desde los baldíos de Santo Domingo y
Leganitos, un viento duro sopla briznas de nieve y sacude los bordes de la capa
hasta enredar las piernas y obligar a la mano enguantada a sujetar el ala de la
negra chistera...”-, esas palabras sencillas que se deslizan con la cadencia y
la precisión de las agujas del reloj, es la que introduce en el lector la misma
sensación de frío que el protagonista, la mano del misterio que aparece, entre
las imaginadas voces del amor, en la oscura, atormentada noche de la vida.
Al
igual que ocurría con La trilogía de la Guerra Civil el autor parece
expresar también con esta obra la necesidad de que, por medio de la escritura,
permanezca en la memoria la vida y el legado del escritor romántico, ya que
“Pasarán unos años y olvidaremos a Larra. Se olvidarán sus artículos satíricos,
se olvidarán sus amores, su mordacidad, su final lamentable, porque fue un
descontento, un censor de cuanto le rodeó en su época y la verdad es que sólo
se recuerda a quienes nos hacen felices, aunque sea con engaños”. “Y las
pesadas coronas, los adornos de cinc y las flores de plomo, sin aroma alguno,
sin brillo ni color, querrían ser testimonios de inalterable memoria, pero sus
fríos metales, que la lluvia ajaría, anunciaba imparable olvido”.
Brillan monedas oxidadas
En
la estela de Misterios de las noches y los días, esta colección de
cuentos publicada en 2010 se sirve del halo enigmático creado por ciertas
atmósferas para sugerir, con su habitual simbolismo, contingencias más allá de
lo narrado. Dividida en tres partes encabezadas con misteriosos títulos (La
fuerza del vendaval agitaba las cortinas como un gran pájaro...; Se olvidan
tantas historias de orgullosa pasión y de rebeldías...; Sus vidas eran
demasiado iguales...), algunos de los mejores cuentos son El festín y la
lluvia, magnífico juego de diálogos en una habitación refugio de la
intemperie, que nos trae ecos de Chéjov y del Joyce de Los muertos; Jazz
session, en el que las “consagraciones y derrotas” de la vida se mueven al
embriagador ritmo de los “sueños ajenos”; El ramo de lilas, donde
aparece una mercería que, insólita entre el húmedo y sombrío ambiente de
un puerto, hipnotiza la voluntad de los hombres abatidos; El campanario de
San Sebastián, la libertad de poder elegir un “camino perdido” que lo aleje
a uno de la dureza del destino. En algunos relatos de la tercera parte aparecen
situaciones y personajes reales, como la espera de la llegada de Kafka a Madrid
en No llegará el sobrino de Praga, o el suicidio del poeta portugués
Mario de Sá-Carneiro, amigo de Fernando Pessoa, en París, última decisión. El
título del libro -el oxímoron Brillan monedas oxidadas- tal vez tiene
misteriosa correspondencia con la canción gitana que encabeza el cuento El
camino de Santa Bárbara: “Acatamos la orden / que nadie nos da, / vamos a
ninguna parte / por caminos sin fin”.
Fábulas irónicas
Casi
coincidiendo con el centenario de su nacimiento, Zúñiga nos presenta Fábulas irónicas (2018), una gavilla de
relatos en los que se sirve del fraseo austero, preciso y acotado que exigen
los cuentos clásicos, un estilo, por tanto, alejado de la complejidad formal a
la que nos tenía acostumbrados otros textos de su obra. Sin embargo, el autor
sigue siendo fiel a cierta estética transparente con los sucesos contados, de
manera que aquellos relatos y estas fábulas nos traen –en la verdad que
traslucen las palabras- ecos que revelan sabidurías antiguas. A través de la
recreación de algunos episodios históricos, Zúñiga nos habla de las Benéficas
aguas del olvido, necesarias para hundir el recuerdo de una noche nupcial
en el lecho del frío; de los Miles ojos cegados por un malvado bizantino
que anticipó modernas formas de gobierno; de Una tenaz desobediencia que
fuerza al tirano a seguir siendo lo que es; de Un escrito en las paredes
sobre las crueldades de un rey a quien al final no le queda más remedio que
adentrarse solitario en el desierto; de la Huelga de hambre en Roma que
ingenuamente apuntala el designio cruel de Nerón; de El magnate y el bufón,
quien se sirve de la codicia del rey para detener para siempre el puño que le
golpea la cabeza; del Sublime ejemplo del magnate que, al emular al
Estilita, acabó sufriendo las mismas bajezas que cualquier mortal; de Arquímedes,
intelectual comprometido, tan ensimismado en su quehacer científico que
perdió de vista su propia vida; de Odio y amor, puñales que
necesariamente se deben lanzar para cumplir la venganza; de Venenos e
idiomas que inmunizan la boca del rey políglota, pero no su garganta
atravesada por la espada. Al placer de la lectura se suma el exquisito cuidado
de la edición de Nórdica, más lucida aún con las espléndidas ilustraciones de
Fernando Vicente, imágenes que contribuyen a que el lector vaya descubriendo la
ironía que subyace en cada fábula.
Recuerdos de vida
Su
última obra publicada (2019) se aparta de la ficción y de los ensayos que han
caracterizado su bibliografía, para pasar a contarnos aspectos de su vida en un
librito de 118 páginas. Por tanto, no es un volumen de memorias al uso o una
autobiografía exhaustiva de sus años pasados, sino, como bien apunta Zúñiga en
el breve prólogo, un puñado de “escenas sueltas, desconectadas en apariencia”
que, sin embargo, “tienen un hilo invisible que las cose, finos tendones y
venas (que) las vitalizan”. Así, la secuencia de estos “fragmentos borrosos” no
es lineal, aparecen adelante y atrás en el tiempo según se van presentando en
el “fabuloso depósito de la memoria”. Sin embargo, Zúñiga encabeza cada uno de
sus cinco capítulos con un título que pretende dar cierta unidad a los
recuerdos que en él se refieren. En La calma es mi libro relata el
surgimiento de su vocación literaria, motivada -como hemos visto al principio
de este trabajo- por una larga convalecencia debido a motivos de salud y por el
encuentro casual con una novela que le atrajo poderosamente. Sus recuerdos le
traen, entre otros, “el tiempo lejano” en el que una mujer le enseña a
escribir, su posterior afición a la egiptología y su primer acercamiento a la
obra de Turguéniev y de los escritores rusos. Como hemos visto más arriba, esta
entrada concluye con la escena ocurrida en el “pueblo de mi familia, en la
provincia de Salamanca”. En el segundo capítulo titulado Cruzo por lugares
de otros tiempos apenas habitados, cuenta la mudanza que hicieron desde el
“hotelito solitario” de la plaza de Bilbao, donde había nacido, al barrio de
Prosperidad, a un 4º piso “de una casa muy poblada”, en la que viviría el
tiempo de la República y la guerra civil. Después de referirse a algunas
experiencias y sensaciones ocurridas en aquellos “terribles años”, Zúñiga nos
habla de sus primeras amistades relacionadas con sus inquietudes intelectuales
y literarias y su asistencia a algunas tertulias clandestinas en el inicio de
la posguerra. Bajo el nombre La visión del Este como un sueño, una
irrealidad, la tercera entrada se centra en su interés por la literatura y
el mundo eslavo, por sus lenguas, sus escritores y la vasta geografía que
abarca. Al hilo de esta apasionada afición cuenta cómo tuvo la audacia de
colaborar en una editorial que pretendía sacar libros sobre temas
internacionales, atrevimiento que le posibilitó la publicación de dos libros
divulgativos: Hungría y Rusia en el Danubio o La historia y la
política de Bulgaria. En 1947 viajó a Lisboa, la primera salida que hacía
al extranjero, preludio de su interés por viajar a ciudades de otros países,
como París, destino soñado para tantos españoles de entonces y a donde no pudo
ir hasta 1955. Mientras tanto sentía que vivía en una “ciudad provinciana,
rota, pobre, vacía, seca, polvorienta”, y en ese panorama se veía como “un
pobre muchacho obligado a vivir entre decoraciones de purpurina en un escenario
de hierro”. En el capítulo cuatro titulado Hombres y fantasmas relata el pasaje en el que fue declarado
inútil para acudir al frente y a partir de ahí el inicio de la posguerra, los
primeros relatos que escribió en 1945 y 1946 y que pretendió publicar –sin
éxito- en 1953 bajo el título Ocho historias falsas. Continúa con la
asistencia a reuniones clandestinas y tertulias literarias, donde va conociendo
a los escritores de su generación. El capítulo incluye el encuentro con
Felicidad Orquín, con quien se casa en 1956. Acaba el libro con Nada se
olvida, todo queda y pervive, donde cuenta la gestación de su novela El
coral y las aguas, las dificultades para su publicación y el olvido o la
incomprensión de la crítica. De ese “fracaso” con su primera novela salió
recopilando material para su biografía de Turguéniev y escribiendo los primeros
cuentos que a la postre irían conformando La trilogía de la Guerra Civil.
A pesar de que el lector se queda con las ganas de conocer más sobre la
biografía de Zúñiga, es un documento indispensable para acercarnos a su vida y
su obra, precisamente desde la perspectiva del propio protagonista que ha
vivido más de un siglo.
Pasarán los años
Juan Eduardo Zúñiga |
Pasarán los
años y olvidaremos a Juan Eduardo Zúñiga, a ese hombre alto, delgado, con gafas
y larga barba, quien, recluido en su secretismo voluntario, se dedicó a escribir
a lo largo de su dilatada vida una obra de tan alta calidad literaria.
Olvidaremos que con solo los cuentos reunidos en La trilogía de la Guerra Civil, donde magistralmente narra la
condición humana asediada por la Historia, la desolación y el dolor en medio de
la barbarie, Zúñiga debería pasar con los mayores honores a formar parte de los
grandes escritores de nuestro tiempo. Olvidaremos sus personajes “inútiles”,
las mujeres enamoradas de la vida, los gitanos, los perdedores y soñadores que
pueblan sus cuentos. Olvidaremos el coral y las aguas, los misterios de las
noches y los días, las flores de plomo y las fábulas irónicas, y en nuestra
memoria dejarán de brillar monedas oxidadas. Olvidaremos sus traducciones y su
obra ensayística centrada sobre todo en la literatura eslava. Olvidaremos su
vida, ese “patrimonio de fantasía e ilusiones construido a lo largo de tantos
años”. Olvidaremos incluso que no haya obtenido hasta hace tan solo unos pocos
años -¡clama al cielo que el premio Nacional de las Letras Españolas no se lo
hayan concedido hasta cumplidos los 96 años, por no hablar del “olvido” del
Premio Cervantes, tantas veces otorgado atendiendo a los caprichos políticos de
turno!- el reconocimiento que la calidad de su obra merece. Sin embargo,
siguiendo el compromiso ético del propio Zúñiga al empeñarse en rescatar lo que
inevitablemente caerá en el olvido, sirvan estas modestas páginas para
contribuir a que la vida y la obra de este gran escritor de profundas raíces
bejaranas no se esfumen velozmente de la memoria.
Bibliografía
Obras de Juan Eduardo Zúñiga
·
Inútiles
totales (1951). Madrid: Talleres Gráficos de Fernando Martínez.
·
El coral y
las aguas (1962). Barcelona: Seix-Barral.
·
Los
imposibles afectos de Iván Turguéniev (1977). Madrid: Editora Nacional.
·
Largo
noviembre de Madrid (1980). Barcelona: Bruguera.
·
El anillo
de Pushkin (1983). Barcelona: Bruguera.
·
La tierra
será un paraíso (1989). Madrid: Alfaguara.
·
Sofía (1990).
Barcelona: Destino.
·
Misterios
de las noches y los días (1992). Madrid: Alfaguara.
·
Las
inciertas pasiones de Iván Turguéniev (1996). Madrid: Alfaguara.
·
Flores de
plomo (1999). Madrid: Alfaguara.
·
Capital de
la Gloria (2003). Madrid: Alfaguara.
·
Largo
noviembre de Madrid, La tierra será un paraíso. Capital de la Gloria (2007).
Madrid: Cátedra.
·
Brillan
monedas oxidadas (2010). Barcelona: Galaxia Gutenberg.
·
Desde los
bosques nevados (2010). Barcelona: Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores.
·
La
trilogía de la Guerra Civil (2011). Barcelona: Galaxia Gutenberg/Círculo de
Lectores.
·
Fábulas
irónicas (2018). Madrid: Nórdica.
·
El coral y
las aguas. Inútiles totales (2019). Madrid: Cátedra.
·
Recuerdos
de vida (2019). Barcelona: Galaxia Gutenberg
Referencias utilizadas
·
Andresco, V. (2010). Contra la sombra del
olvido. El País Babelia. Madrid, 19 de junio de 2010.
·
Beltrán Almería, L. y Encinar, Á. (2019).
“Introducción” a Juan Eduardo Zúñiga. El
coral y las aguas. Inútiles totales. Madrid. Cátedra.
·
Bértolo, C. (1990). Cabalgata ennegrecida. El
País. Madrid, 27 de mayo de 1990.
·
Conte, R. (2003). Las resistencias de Zúñiga. El
País Babelia. Madrid, 15 de febrero de 2003.
·
Díez, L.M. (2003). Unos cuentos de Zúñiga. El
País Babelia. Madrid, 15 de marzo de 2003.
o
El siglo de Zúñiga. El País Babelia. Madrid, 29
de diciembre de 2018.
·
Echevarría, I. (2019). Zúñiga. El Cultural.
Madrid, 17 de mayo de 2019.
·
García-Posada, M. (1995). El sueño de un mundo
nuevo. El País Babelia. Madrid, 28 de enero de 1995.
·
Longares, M. (2019). El escritor secreto. El
Cultural. Madrid, 18 de enero de 2019.
·
Mainer, J-C. (2010). Señales del destino. El
País Babelia. Madrid, 24 de diciembre de 2010.
·
Martín Garzo, G. (2012). El camino perdido. El
País. Madrid, 9 de enero de 2012.
·
Rivadeneyra Prieto, O. (2014). Juan Eduardo
Zúñiga, maestro de la literatura (1ª y 2ª partes). En Béjar en Madrid. Agosto de 2014.
·
Tizón, E. (2017). Historia de una lectura.
Hispanófila, enero de 2017.
No hay comentarios:
Publicar un comentario