Djadi, el niño refugiado
Peter Härtling
Anaya, 2018
Las
ficciones demasiado pegadas a la actualidad corren el riesgo de confundirse con
cualquier historia real que acabamos de leer en el periódico, de manera que a
menudo el lector se queda con la sensación de que estas novelas no añaden al
entendimiento del mundo más que el número de páginas que nunca podrá alcanzar
la prensa escrita. Así, algunos escritores perezosos, empeñados en perseguir ese
juego literario que consiste en adelgazar hasta llegar a borrar totalmente la
delgada línea que separa la ficción de la realidad, prescinden deliberadamente
de cualquier sospecha de imaginación para pretender contar las cosas tal como
son. Pero ya sabemos que las cosas nunca son como son, sino como las contamos
que son, es decir, como nos inventamos que son. Y es precisamente esta suerte
de figuración de la realidad la que salva a esta novela escrita desde la urgencia
a la que parecen obligar las dramáticas noticias de la actualidad.
Djadi
es un niño de once años que, después de haber pasado una serie de penalidades
al tener que cruzar en un mísero bote el Mediterráneo, ha llegado a Frankfort
huyendo de la guerra de Siria. Es, por tanto, un refugiado, pero en realidad
parece no existir para las autoridades alemanas, pues es considerado como un
apátrida, un huérfano sin acompañantes o, como se dice en el frío argot
administrativo, un MNA, un menor no acompañado. Hasta ahí la escueta –y
conmovedora- noticia a la que tan acostumbrados nos tienen los telediarios,
pero la originalidad de la propuesta de Peter Härtling (Alemania, 1933-1917) es
rodear la historia del niño refugiado con los personajes de la peculiar casa
que acabará por acoger al pequeño Djadi. No se trata del hogar habitado por la
típica familia de acogida que normalmente se presta a amparar a los menores
desprotegidos, sino de un piso compartido por tres parejas sin hijos: un
trabajador social que conoció a Djadi en el centro de acogida para jóvenes, una
psicóloga infantil, dos asesores fiscales y dos profesores jubilados, que son
precisamente con los que el pequeño refugiado llega a trabar una relación más
profunda.
Peter Härtling |
A partir de ahí se suceden los habituales problemas de adaptación al
país de acogida, a su lengua, a una ciudad desconocida, al colegio donde debe
escolarizarse, a las costumbres de su nueva familia, circunstancias que se
agravan cuando siente el rechazo de cierta gente hacia los inmigrantes. Todo
ello genera en el muchacho el normal miedo al desamparo, aún más sobrecogedor
cuando su cabeza de vez en cuando se remueve con los dramáticos recuerdos del
pasado que le ha tocado sufrir. A superarlos contribuye la especial relación
que empieza a tener con Wladi, uno de los profesores jubilados con quienes va a
pasar las vacaciones escolares a una isla.
“Djadi,
el niño refugiado” es una emocionante novela que habla sobre todo de la
necesidad que tenemos de sentirnos amparados, condición que felizmente puede verse
recompensada por ciertas personas que sienten también el deber moral de dar
“refugio” al necesitado. Sin embargo, que
Peter Härtling sea un autor galardonado con los más importantes premios
literarios de su país y sobradamente reconocido en el ámbito de la literatura
infantil y juvenil, con obras tan celebradas como “Muletas” o “Ben quiere a
Anna”, no convierte a esta obra en un clásico moderno para leer en el siglo
XXI, como de forma un tanto pretenciosa anuncia la editorial.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 10 de marzo de 2018)
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