Días azules, sol de la infancia
Marcos Calveiro
Edelvives. Zaragoza, 2017
A la formación
de nuestra identidad, de esa propia manera de sentirnos a la vez individuos
únicos y partes de una comunidad que nos engloba, contribuye necesariamente la
experiencia que nos aporta nuestro pasado, pero no sólo el personal o
biográfico, aquel que se nos ha ido pegando a la piel desde la llegada al
mundo, sino también lo ocurrido antes del nacimiento tanto en el ámbito
estrictamente familiar como en el amplio espacio de la sociedad a la que, por
azar, pertenecemos. De ahí que sea una propiedad consustancial al ser humano la
necesidad de recibir historias del pasado -igual da su cualidad real o
ficticia- y más concretamente la de buscar dentro de los márgenes más íntimos
recuerdos o secretos que –también tanto da que sean verdaderos o inventados-
conformen el resbaladizo dominio del escenario familiar. Multitud de novelas –no
sólo de literatura infantil y juvenil, claro está- se nutren de esta necesidad humana
con el fin de revelar la identidad de un personaje, de manera que éste emprende
su propia indagación para reelaborar su presente –y de ahí asentar su vida
futura- desde ciertos hechos que habitan el pasado.
Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí |
Esta es la
clave de la novela “Días azules, sol de la infancia”, de Marcos Calveiro
(Vilagarcía de Arousa, 1968), escrita originalmente en gallego y traducida al
castellano por Carmen Cabaleiro. Para Nico, el joven protagonista del libro,
todo comienza al recordar la sentencia que siempre pronunciaba su abuelo: “El
mejor regalo que me han hecho en toda mi vida fue un manojo de perejil”. A
partir de ese dicho misterioso y de la frase –“Todos guardamos recuerdos”- que
le escribe una amiga que ha conocido por internet, Nico decide buscar alguna
pista en la casa que quedó abandonada en el pueblo desde que su abuelo Nicasio
–tan parecido a él en las fotos que aún se conservan de su juventud- no tuvo
más remedio que irse a vivir a la ciudad con una de sus hijas. Allí, cerca de
una indómita planta de perejil que peleaba por sobrevivir entre la maleza que
ya se había comido el antiguo jardín, encuentra medio enterrada una vieja caja
de lata oxidada. Nico se la lleva corriendo a su casa de Madrid y, una vez
logra desprenderse de la presencia de sus padres, descubre con asombro algunos
recuerdos que el abuelo fue guardando durante todos esos años.
Cada recuerdo
encontrado en la caja va cobrando sentido en las historias que, en una mirada
al pasado del abuelo, se van introduciendo en la novela de forma paralela a la
narración del presente de Nico. De esta forma, se cuenta cómo desde su Galicia
natal el joven Nicasio acompañó a su padre para la campaña de siega por las
tierras de Castilla, cómo la amistad le ayudó a sobrevivir en Madrid en los
primeros días de la Guerra Civil, cómo descubrió la magia del cine, a
directores y actrices que en medio de la catástrofe aún lograban perseguir sus
sueños, cómo descubrió el amor con una chica que servía en la casa de Zenobia
Camprubí y Juan Ramón Jiménez, y cómo éstos acogieron en su piso del barrio de
Salamanca a un grupo de niños huérfanos antes de tener que huir hacia su exilio
en América.
Así, a través
de este entramado de acontecimientos reales y sucesos ficticios, el joven
lector actual se adentra en ciertos pasajes de la Guerra Civil, pero también
asiste al valor que tienen los recuerdos –históricos, familiares y personales-
para ayudar a conformarnos y crecer como personas.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 18 de noviembre de 2017)
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