Huracán en Jamaica
Richard Hugues
Alba. Barcelona, 2017
Tal
vez podría decirse que “Huracán en Jamaica” es la novela de aventuras más
inquietante jamás contada. Y no tanto por los hechos narrados, por la zozobra
que pueda provocar la agitada cadena de sucesos o por el propio ritmo que suele
encoger el corazón de quien se engancha a este tipo de intrigas, sino por la
sospecha de un acontecimiento no expuesto, la existencia de algo oculto que de
forma permanente hace temblar la mirada del lector.
Así, la trama
propiamente dicha no se aleja mucho del esquema típico de las novelas de
piratas. A mediados del siglo XIX la familia inglesa Bas-Thornton y la familia
criolla Fernández viven con sus cinco hijos en la isla de Jamaica, una especie de
paraíso donde los niños se mueven con una libertad seguramente ya desconocida
en la vieja y lejana Europa, repleta de colegios, prohibiciones y normas. Pero
un huracán, precedido de un terremoto y una tormenta que entusiasman a los
pequeños, devasta la isla y entonces a los padres no les queda más remedio que
enviar a sus hijos a Inglaterra. Ya en el barco los niños, que tienen “pocas
facultades para distinguir entre un desastre y el curso ordinario de sus
vidas”, no sólo se adaptan rápidamente a la nueva situación, sino que tampoco
se sorprenden cuando son asaltados por unos piratas. Acostumbrados desde
siempre a una vida de juego, continuas peripecias y aventuras, los chicos –y
las chicas- se desenvuelven en el “ambiente pirata” con una soltura que parece
convertir en normal cualquier episodio por duro o truculento que sea. Es
precisamente esa normalidad con la que el narrador cuenta –a veces a través de la
omisión deliberada, la mera insinuación o el breve trazo- lo que desasosiega al
lector, en ocasiones turbado ante la perversa seducción de la inocencia y la
banalidad con la que se despacha un suceso trágico.
Cartel de la película |
Publicada
inicialmente en 1929, Richard Hughes (1900-1976) indaga con “Huracán en
Jamaica” –llevada al cine en 1965 por Alexander Mackendrick y titulada en
español como “Viento en las velas”- en la peculiar perspectiva moral de los
niños, en esa distancia –a menudo abismal- que hay entre la conducta
desprejuiciada de la edad infantil y la severa autocorrección que se impone en
el mundo del adulto. Incluso en el barco se ve reflejada esa brecha generacional,
pues los propios piratas, que continúan de una forma decadente una “tradición
vocacional”, ejercen por inercia un oficio ya desprovisto de maldad, mientras
que los niños parecen asumir como un juego más de su infancia ciertos
comportamientos malignos que deberían ser propios de sus imprevistos captores.
Los jóvenes –y
los adultos- lectores de nuestro tiempo pueden disfrutar de la manejable y
atractiva edición –en impecable traducción de Amado Diéguez- que nos presenta
ahora la editorial Alba de esta obra maestra de la literatura. Un clásico de
las novelas de aventuras que ofrece otras lecturas más allá del mero
divertimento: el habitual afán de los adultos para manipular la verdad con el
fin de lograr lo que ya tenían prefijado; la educación como medio para
domesticar la natural tendencia de la infancia a saltarse las normas; el
desmentido de la supuesta inocencia de los niños; la equivocada rotundidad que
atribuimos al significado de ciertos contrarios (verdad-mentira, bondad-maldad,
realidad-imaginación). Y todo narrado desde un punto de vista donde el humor,
al pretender el distanciamiento irónico ante algunos hechos dramáticos, ahonda
más en el desasosiego del lector cuando presiente la presencia larvada de lo
innombrable.
(Publicado en el suplemento Culturas de El Comercio y La Voz de Avilés. 21 de octubre de 2017)
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