No sabemos cómo se juega en ese
juego de colores. Quizá consiste en ir llenando cada pajita con el aro de
cartulina que, según el color, le corresponde. El naranja con el naranja, el
rojo con el rojo, el verde con el verde, el azul con el azul y el negro con el
negro. También puede ser que con la pajita de plástico se juegue a pescar los
aros de cartulina, como se pescan en el río o en el mar los peces de colores.
Incluso podemos imaginar que se trata de ir construyendo velas cada vez más
altas para iluminar con colores el oscuro cielo de la noche.
Lo que sí sabemos es que los aros,
los peces o las velas imaginadas alumbran la sonrisa de la niña que juega.
Surge ese momento único en el que de pronto aparece la maravilla de un mundo
lleno de colores. Es un instante pasajero, fugaz, pero que se vuelve infinito
en la alegría de la niña concentrada en ese presente de siempre jamás. Una
alegría contagiosa, como puede apreciarse en su misma camiseta que,
milagrosamente, también ha empezado a sonreír. Y en nuestra propia cara -en la
tuya y en la mía-, que no puede dejar de mirarla, absorta, iluminada con una
sonrisa de colores.
(Publicado en el Boletín Sáhara Bubisher en noviembre de 2025)

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