Como en los últimos años, nos
reunimos en el albergue Puerta del Campo de la Granja de San Ildefonso
(Segovia) para celebrar nuestra asamblea anual. El sol y las nubes se alternan
al compás de un viento tibio, un soplo otoñal al que cada vez le cuesta menos
hacer volar hacia el suelo las hojas de los árboles. La alegría por el
reencuentro se muestra con esos abrazos, besos y sonrisas que, más allá del
protocolario saludo, expresan la sincera manifestación de la complicidad que
nos une. En ese primer contacto también hay tiempo para mencionar experiencias
pasadas y recordar a los compañeros que, por las razones que sean, este año no
han podido acudir. Celebramos la variedad de nuestros lugares de procedencia,
desde los cuatro puntos cardinales de España e incluso de Portugal.
La formalidad exige que la
asamblea transcurra por los cauces normales apuntados en el orden del día
-Bienvenida y presentación, Lectura y aprobación del acta anterior, etc.-, el
necesario trámite para dar cuenta de lo realizado en los campamentos durante el
último año, presentar el presupuesto para el próximo ejercicio y renovar los
cargos de la Junta Directiva. De todo ello y de los acuerdos tomados casi
siempre por unanimidad el secretario levantará la correspondiente acta a la que
tendrán acceso los socios. La información de los miembros de la Junta, las
demandas de aclaraciones, las preguntas, las puntualizaciones, las tomas de
palabra, las intervenciones espontáneas, en fin, los vaivenes propios del
debate hacen que se interrumpa la sesión para seguir por la tarde.
Y es entonces, en el último punto del orden del día, cuando
aparece, como una luz vespertina, la utopía. Antes, uno de los
asistentes ruega que desaparezca la palabra “ruego” del apartado “Ruegos y
preguntas”, aparente paradoja -o “parajoda”- que, sin embargo, se justifica
porque en esta asociación no hay ruegos que valgan, sino sugerencias,
propuestas, observaciones, apostillas…, sinónimos que proponen, pero no
imploran. La asamblea, por unanimidad, acuerda rogar a la Junta Directiva que
elimine el “ruego” del apartado “Ruegos y preguntas”. Este fue el primer paso
para la utopía, pero el siguiente vino cuando, enredados en un acalorado debate
sobre la esencia del Bubisher -Asociación, ONG, ONGD, Utilidad pública, Ayuda
al desarrollo, subvenciones, independencia…- y la renovación del nombre
-Bibliotecas por/en el Sáhara-, tomó la palabra Nuno -un amigo portugués que
trabaja como “Bibliotecario ambulante” por la zona de ProenÇa Nova- para
decirnos simple y llanamente que él tiene el mejor trabajo del mundo, que una
biblioteca es el último refugio para la utopía, un lugar que no es sólo el
propicio para leer, estudiar y sacar libros, sino sobre todo un espacio para la
convivencia y el entendimiento, para el encuentro que haga posible la
conciliación entre la razón y el corazón. Y también dijo -con el énfasis con el
que se afirman los más profundos convencimientos- que el Bubisher era la
propuesta extrema de esa utopía, porque en todos estos años se ha empeñado en
sembrar con bibliotecas precisamente allí donde no hay nada, llevando, más allá
de la cultura y la educación que representan los libros, ese espacio único
donde el sueño de una humanidad mejor es posible.
Y más cosas dijo que se quedaron flotando en el silencio de
una asamblea que, emocionada hasta las lágrimas, se dio por concluida para que
nos diera tiempo a ver el documental que está haciendo Gustavo sobre las
Vacaciones en Paz y la vida en los campamentos. En los “retazos” que nos puso,
pudimos apreciar su capacidad técnica y artística, la cualidad plástica de las
imágenes, la fuerza expresiva de los niños y niñas del Sáhara. Después Nuno
-luciendo una camiseta roja que en inglés decía “Yo soy un bibliotecario
ambulante. ¿Cuál es tu superpoder?”- quiso ponernos unas fotos de su trabajo,
pero al percatarse de que se había confundido de pendrive, utilizó su palabra
–“que nunca falla, que siempre traigo conmigo”- para contarnos su labor por los
pueblos que visita con su bibliobús y, de paso, volvernos a emocionar con
historias y anécdotas que, en verdad, logran que sea posible la utopía.
Después de la cena, dos compañeros cantan a capela un poema
de Fernando y, ya en una de las cabañas que se asemejan a las jaimas del
desierto, volvemos a reunirnos para de una vez por todas “arreglar el mundo”. A
la mañana siguiente, llueve débilmente. Llueve sobre los tejados del albergue,
sobre los árboles y la tierra seca, sobre todos nosotros que nos despedimos con
los abrazos y besos sentidos hasta el próximo reencuentro. Llueve sobre las
palabras que seguirán sembrando la utopía de hacer brotar bibliotecas y
bibliobuses en/por los campamentos del Sáhara.
(Publicado en el Boletín Sáhara Bubisher en septiembre de 2025)

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