Espacio líquido de creación y crítica literaria. Marcelo Matas de Álvaro

domingo, 20 de diciembre de 2020

Reseña de Antonio Gutiérrez Turrión en la Revista Estudios Bejaranos. Nº XXIV - Diciembre, 2020

 

LA URDIMBRE Y LA TRAMA

YO SÉ QUIÉN SOY

 

Marcelo Matas de Álvaro

ISBN: 978-84-18366-66-6

Editorial Adarve. Madrid 2020

 

El ser individual es la realidad primaria:

Nada hay más universal que lo individual,

pues, lo que es de cada uno lo es de todos.

Miguel de Unamuno

(Del sentimiento trágico de la vida)


 

Haciendo buenas las ideas del pensador vasco y salmantino, Marcelo Matas de Álvaro nos presenta en este libro el desarrollo de una supuesta realidad individual, que, en el camino de la lectura, el lector puede hacer suya, si no en los detalles, sí en el fondo brumoso de ese estadio edénico que representa siempre la niñez. Son momentos y experiencias que cuajarán y harán poso para toda la vida y en todo ser humano. Por eso se alzan de lo personal a lo universal y, en ese anhelo de permanencia, alcanzan su más alto valor.

El libro, primero de una trilogía que se anuncia, revive los años de niñez de Andrés desde una perspectiva triple, la de él mismo, la del padre y la de la madre. En cada caso selecciona aquellas experiencias más señaladas y que han dejado una huella más duradera en el niño al paso de los años. El autor se ha embarcado en una aventura complicada, pues los libros que exploran de manera más o menos autobiográfica estas etapas primeras de la vida lo suelen hacer desde la mirada del niño, que va descubriendo embelesado la multiplicidad de la vida. En este caso, la perspectiva -ya se ha dicho- es triple. Esto implica varias consecuencias tanto formales como de contenido, Así, el libro se halla dividido formalmente en capítulos en los que se van sumando los relatos de cada uno de los tres protagonistas; y, a la vez, en cada uno de ellos, el relato cambia de persona gramatical. De este modo, se va configurando una trama vital en la que el niño es actor pasivo o activo de todo, pero la urdimbre se teje desde la aportación de todos los demás elementos, tanto personales como naturales. Al fin, la vida es la suma de muchos factores, por más que unos influyan más que otros en la consolidación del trayecto vital individual.

No es posible imaginar un hecho sin los a prioris del espacio y del tiempo; en ellos nos desgastamos y, acaso, nosotros mismos somos esos a prioris, pues no somos otra cosa que espacio y tiempo. El autor apenas ha disimulado formalmente los mojones en el mapa para su acción; son los de su propia biografía: Béjar, Candelario, Valdesangil, los campos, sierras y ríos que los rodean (Belgrey-Béjar, el río Cuerpo, San Juan, la Cuesta de los Perros, la calle Nogalera, Campo Pardo, la calle Libertad, el Puente Viejo, la Puerta de la Villa, Aleros-Candelario; el Cristo del Refugio, el Humilladero, Valde-Valdesamgil…). Estas concreciones geográficas (hasta de toponimia muy menor) le dan al texto un tinte autobiográfico que importa menos para el lector de otras latitudes, pero que, a la vez, dan proximidad y verosimilitud a los recuerdos, y los cargan de cierta ternura. Su sustitución por otros similares es tarea sencilla y puede hacerla el lector pensando en su niñez.

El tiempo que acoge la narración se sitúa en los años que rondan la mitad del siglo veinte, variando según las referencias nos lleven al padre, a la madre o al niño.

Con los marcos del espacio y del tiempo, los hechos que se rescatan del recuerdo quedan condicionados tanto por los niveles de vida personal como de los colectivos y sociales. Por eso la presencia de la escuela y sus vicisitudes, de la iglesia y sus experiencias, de los amigos, de las actividades familiares, de las costumbres sociales, de la escala de valores… De todos aquellos elementos que van tejiendo una trama que explica tanto la sociedad como la familia y el propio niño, que se alza a la vida. El lector se sentirá más o menos identificado como individuo, según su circunstancia temporal y espacial; pero también se le invita a reflexionar acerca del panorama social de los años en los que se desarrollan los hechos. Por eso, este libro puede ser leído como una evocación emocional de la niñez y también como una representación panorámica de un período histórico real y no muy lejano.

A la memoria no llegan los hechos con la misma realidad que la de su naturaleza. Los invocamos y vienen a nosotros caprichosos, disfrazados y tejiendo una nueva verdad. El creador lo sabe, y es consciente de que está recreando en sus textos una realidad nueva. Porque tiene cierta libertad para desechar, para seleccionar, para aumentar, para disminuir… para re-crear. Ya se ha dicho que, en esta obra, el autor ha focalizado su atención y ha seleccionado hechos. En ellos se ha detenido y en ellos ha escudriñado hasta extraerles todo el jugo vital, literario y emocional. 

Torre de la iglesia de San Juan 

Esta selección y descarte de hechos tiene sus ventajas e inconvenientes, sobre todo a la hora de encarar el estilo y la manera de darle forma. Nada puede sustituir la experiencia del lector y su diálogo, página a página, con el autor. Tampoco pretendo sustituir esta experiencia, y mucho menos en una reseña. Sí me atrevo a señalar alguna nota de advertencia acerca de las formas literarias, del estilo. Por si puede favorecer el acto insustituible de la personal lectura.

Por ello, señalaré -en forma indiciaria y sin ningún análisis (no lo permite el formato), solo alguno de los rasgos de estilo con los que el lector se va a topar en cuanto abra el libro. Hagámoslo por niveles.

Presencia de dos adjetivos antepuestos al sustantivo en el marco del sintagma nominal: “una vaga, improbable imagen” (94); “continuo, intrincado hilo de rumores” (94); la fugaz, morosa sucesión de los presentes (94). Como a lo largo de las páginas el lector se va a encontrar con centenares de casos semejantes, se puede deducir que se trata de una tendencia y, por tanto, de un rasgo de estilo.

Bimembraciones y trimembraciones, Tanto de estructuras sintagmáticas como de proposiciones completas. La misma página puede servirnos de ejemplo y a ella remito.

El alargamiento de las frases, con todo lo que comporta de subordinación de elementos y de recreación en los detalles. Es, sin duda, el principal rasgo del estilo en este libro. Hay oraciones que ocupan media página y, a veces, incluso más. Las consecuencias que de ello se derivan son múltiples y afectan a todos los niveles de la creación. Con tal extensión física, el autor se ve obligado a acumular coordinaciones, subordinaciones, elementos de tercer y cuarto orden, hasta llegar casi exhausto fónica, sintagmática y significativamente al final. Todo ello dificulta, sin duda, la lectura; pero obliga al lector a una implicación y a una concentración mayores, algo que, si se acepta como reto, supone una riqueza mucho mayor. Se trata, pues, de un arma de doble filo, y es el lector, una vez más, el que tiene que decidir.

Por último, indicaré, como rasgo de estilo, la precisión léxica que se observa a lo largo de las páginas. La evocación casi lírica y la aproximación muchas veces al formato de diálogo interior ayudan a esta selección, pero solo se consigue si se posee un fondo amplio del léxico con el que el autor tiene que trabajar. Especialmente llamativo es el registro lírico que se alcanza en los capítulos de perspectiva de la madre.

Por los rasgos indicados (y por muchos más que se podrían señalar), la obra supone un ejercicio de estilo sobresaliente y conseguido como no es fácil hallar en obras de esta clase. Al cabo, el oficio del creador tiene que ver con moldear la materia prima, la palabra; y esto es lo que fundamentalmente se ha hecho en este trabajo con muy notable resultado.

Aventurarse en la recuperación emocional y literaria de la niñez, esa etapa vital en la que el futuro lo es todo y casi nada o nada pesa en las espaldas, supone un ejercicio en el que se implican muchas energías de todo tipo. El resultado es diverso según los casos. Yo creo que el de esta obra es muy notable, atractivo y confortante. Para el autor y para el lector. Porque los tiempos y los lugares son fácilmente intercambiables y todos nos podemos reconocer en muchos de los elementos que en estas páginas se reviven.

La última tarea es la del lector individual, cara a cara con el texto y con sus vivencias y recuerdos. El libro no está completo sin el lector. El autor ya nos ha ofrecido un trabajo pulido con los cuidados y con las herramientas de la creación notablemente manejados, para facilitarnos el camino. Estas líneas aspiran a darnos alguna pista y ayuda. Ahora, a andarlo con la soledad a cuestas. Y con el gozo también.

Esperamos ya impacientes las entregas de las dos siguientes obras prometidas, que han de formar una trilogía en la que descanse una visión más panorámica de esos elementos que van formando la urdimbre y la trama, tanto de la vida individual como de la colectiva.

ANTONIO GUTIÉRREZ TURRIÓN

Portada de la Revista. Acuarela de Antonio Zavallos


(Reseña publicada en la Revista Estudios Bejaranos. Nº XXIV - Diciembre, 2020)

 

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