LA
URDIMBRE Y LA TRAMA
YO
SÉ QUIÉN SOY
Marcelo
Matas de Álvaro
ISBN:
978-84-18366-66-6
Editorial Adarve.
Madrid 2020
El ser individual es la realidad primaria:
Nada hay más universal que lo individual,
pues, lo que es de cada uno lo es de todos.
Miguel de Unamuno
(Del sentimiento
trágico de la vida)
Haciendo buenas las ideas del pensador
vasco y salmantino, Marcelo Matas de Álvaro nos presenta en este libro el
desarrollo de una supuesta realidad individual, que, en el camino de la
lectura, el lector puede hacer suya, si no en los detalles, sí en el fondo
brumoso de ese estadio edénico que representa siempre la niñez. Son momentos y
experiencias que cuajarán y harán poso para toda la vida y en todo ser humano.
Por eso se alzan de lo personal a lo universal y, en ese anhelo de permanencia,
alcanzan su más alto valor.
El libro, primero de una trilogía que se
anuncia, revive los años de niñez de Andrés desde una perspectiva triple, la de
él mismo, la del padre y la de la madre. En cada caso selecciona aquellas
experiencias más señaladas y que han dejado una huella más duradera en el niño
al paso de los años. El autor se ha embarcado en una aventura complicada, pues
los libros que exploran de manera más o menos autobiográfica estas etapas
primeras de la vida lo suelen hacer desde la mirada del niño, que va
descubriendo embelesado la multiplicidad de la vida. En este caso, la
perspectiva -ya se ha dicho- es triple. Esto implica varias consecuencias tanto
formales como de contenido, Así, el libro se halla dividido formalmente en
capítulos en los que se van sumando los relatos de cada uno de los tres
protagonistas; y, a la vez, en cada uno de ellos, el relato cambia de persona
gramatical. De este modo, se va configurando una trama vital en la que el niño
es actor pasivo o activo de todo, pero la urdimbre se teje desde la aportación
de todos los demás elementos, tanto personales como naturales. Al fin, la vida
es la suma de muchos factores, por más que unos influyan más que otros en la
consolidación del trayecto vital individual.
No es posible imaginar un hecho sin los a
prioris del espacio y del tiempo; en ellos nos desgastamos y, acaso, nosotros
mismos somos esos a prioris, pues no somos otra cosa que espacio y tiempo. El
autor apenas ha disimulado formalmente los mojones en el mapa para su acción;
son los de su propia biografía: Béjar, Candelario, Valdesangil, los campos,
sierras y ríos que los rodean (Belgrey-Béjar, el río Cuerpo, San Juan, la
Cuesta de los Perros, la calle Nogalera, Campo Pardo, la calle Libertad, el
Puente Viejo, la Puerta de la Villa, Aleros-Candelario; el Cristo del Refugio,
el Humilladero, Valde-Valdesamgil…). Estas concreciones geográficas (hasta de
toponimia muy menor) le dan al texto un tinte autobiográfico que importa menos
para el lector de otras latitudes, pero que, a la vez, dan proximidad y
verosimilitud a los recuerdos, y los cargan de cierta ternura. Su sustitución
por otros similares es tarea sencilla y puede hacerla el lector pensando en su
niñez.
El tiempo que acoge la narración se sitúa
en los años que rondan la mitad del siglo veinte, variando según las
referencias nos lleven al padre, a la madre o al niño.
Con los marcos del espacio y del tiempo,
los hechos que se rescatan del recuerdo quedan condicionados tanto por los niveles
de vida personal como de los colectivos y sociales. Por eso la presencia de la
escuela y sus vicisitudes, de la iglesia y sus experiencias, de los amigos, de
las actividades familiares, de las costumbres sociales, de la escala de
valores… De todos aquellos elementos que van tejiendo una trama que explica
tanto la sociedad como la familia y el propio niño, que se alza a la vida. El
lector se sentirá más o menos identificado como individuo, según su
circunstancia temporal y espacial; pero también se le invita a reflexionar
acerca del panorama social de los años en los que se desarrollan los hechos.
Por eso, este libro puede ser leído como una evocación emocional de la niñez y
también como una representación panorámica de un período histórico real y no muy
lejano.
A la memoria no llegan los hechos con la misma realidad que la de su naturaleza. Los invocamos y vienen a nosotros caprichosos, disfrazados y tejiendo una nueva verdad. El creador lo sabe, y es consciente de que está recreando en sus textos una realidad nueva. Porque tiene cierta libertad para desechar, para seleccionar, para aumentar, para disminuir… para re-crear. Ya se ha dicho que, en esta obra, el autor ha focalizado su atención y ha seleccionado hechos. En ellos se ha detenido y en ellos ha escudriñado hasta extraerles todo el jugo vital, literario y emocional.
Torre de la iglesia de San Juan |
Esta selección y descarte de hechos tiene
sus ventajas e inconvenientes, sobre todo a la hora de encarar el estilo y la
manera de darle forma. Nada puede sustituir la experiencia del lector y su
diálogo, página a página, con el autor. Tampoco pretendo sustituir esta
experiencia, y mucho menos en una reseña. Sí me atrevo a señalar alguna nota de
advertencia acerca de las formas literarias, del estilo. Por si puede favorecer
el acto insustituible de la personal lectura.
Por ello, señalaré -en forma indiciaria y
sin ningún análisis (no lo permite el formato), solo alguno de los rasgos de
estilo con los que el lector se va a topar en cuanto abra el libro. Hagámoslo
por niveles.
Presencia de dos adjetivos antepuestos al
sustantivo en el marco del sintagma nominal: “una vaga, improbable imagen”
(94); “continuo, intrincado hilo de rumores” (94); la fugaz, morosa sucesión de
los presentes (94). Como a lo largo de las páginas el lector se va a encontrar
con centenares de casos semejantes, se puede deducir que se trata de una
tendencia y, por tanto, de un rasgo de estilo.
Bimembraciones y trimembraciones, Tanto de
estructuras sintagmáticas como de proposiciones completas. La misma página
puede servirnos de ejemplo y a ella remito.
El alargamiento de las frases, con todo lo
que comporta de subordinación de elementos y de recreación en los detalles. Es,
sin duda, el principal rasgo del estilo en este libro. Hay oraciones que ocupan
media página y, a veces, incluso más. Las consecuencias que de ello se derivan
son múltiples y afectan a todos los niveles de la creación. Con tal extensión
física, el autor se ve obligado a acumular coordinaciones, subordinaciones,
elementos de tercer y cuarto orden, hasta llegar casi exhausto fónica,
sintagmática y significativamente al final. Todo ello dificulta, sin duda, la
lectura; pero obliga al lector a una implicación y a una concentración mayores,
algo que, si se acepta como reto, supone una riqueza mucho mayor. Se trata,
pues, de un arma de doble filo, y es el lector, una vez más, el que tiene que
decidir.
Por último, indicaré, como rasgo de
estilo, la precisión léxica que se observa a lo largo de las páginas. La
evocación casi lírica y la aproximación muchas veces al formato de diálogo
interior ayudan a esta selección, pero solo se consigue si se posee un fondo
amplio del léxico con el que el autor tiene que trabajar. Especialmente
llamativo es el registro lírico que se alcanza en los capítulos de perspectiva
de la madre.
Por los rasgos indicados (y por muchos más
que se podrían señalar), la obra supone un ejercicio de estilo sobresaliente y
conseguido como no es fácil hallar en obras de esta clase. Al cabo, el oficio
del creador tiene que ver con moldear la materia prima, la palabra; y esto es
lo que fundamentalmente se ha hecho en este trabajo con muy notable resultado.
Aventurarse en la recuperación emocional y
literaria de la niñez, esa etapa vital en la que el futuro lo es todo y casi
nada o nada pesa en las espaldas, supone un ejercicio en el que se implican
muchas energías de todo tipo. El resultado es diverso según los casos. Yo creo
que el de esta obra es muy notable, atractivo y confortante. Para el autor y
para el lector. Porque los tiempos y los lugares son fácilmente intercambiables
y todos nos podemos reconocer en muchos de los elementos que en estas páginas
se reviven.
La última tarea es la del lector
individual, cara a cara con el texto y con sus vivencias y recuerdos. El libro
no está completo sin el lector. El autor ya nos ha ofrecido un trabajo pulido
con los cuidados y con las herramientas de la creación notablemente manejados,
para facilitarnos el camino. Estas líneas aspiran a darnos alguna pista y
ayuda. Ahora, a andarlo con la soledad a cuestas. Y con el gozo también.
Esperamos ya impacientes las entregas de las dos siguientes obras prometidas, que han de formar una trilogía en la que descanse una visión más panorámica de esos elementos que van formando la urdimbre y la trama, tanto de la vida individual como de la colectiva.
ANTONIO GUTIÉRREZ
TURRIÓN
Portada de la Revista. Acuarela de Antonio Zavallos |
(Reseña publicada en la Revista Estudios Bejaranos. Nº XXIV - Diciembre, 2020)
No hay comentarios:
Publicar un comentario